El pasado lunes se estrenó bajo la lluvia el techo corredizo en Wimbledon que implicó una inversión de entre 130 y 164 millones de dólares, aunque nunca se informó oficialmente el monto.

Permitió que los organizadores del torneo sobre césped de Grand Slam, utilizarán el tinglado de la cancha central durante el partido entre la rusa Dinara Safina y la francesa Amelie Mauresmo, por los octavos de final. Sí, después de tanta espera, el techo fue la estrella de la jornada.

Había sido inaugurado, aunque no en forma oficial, en mayo de este año. Está compuesto por una tela transparente pegada a una estructura metálica y se despliega a 16 metros por encima de la superficie de césped, de 5.200 metros cuadrados.
El techo tardó una decena de minutos en cerrarse y se precisó de una media hora suplementaria para que un sistema de aire acondicionado creara las condiciones propicias para el juego, evitando la condensación. Aproximadamente 90 personas trabajaron para que todo funcione a la perfección.

Hasta ese día, el techo solamente se había movido para cubrir del sol a los asistentes del palco real y en dos ocasiones ante el riesgo de lluvia. Pero antes y después de la jornada, no durante los partidos.

Con el techo, que ha sido construido durante los tres últimos años, se pretende evitar las habituales interrupciones por lluvia y permitir así que el juego continúe en la central, donde suelen estar los partidos más interesantes, los que transmite la televisión.

El techo corredizo, que se cierra en diez minutos, podría emplearse también para continuar el partido en ausencia de luz encendiendo los focos. Wimbledon no es el primer estadio que se equipa con una pista con techo retráctil. Para el Open de Australia hay dos. Y también hay en los torneos de Shanghai, Halle (Alemania) y, desde este año, Madrid.