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Política de bolsillo
20 de agosto de 2006
El Gobierno dejó a un lado por unos días las estridencias verbales y las diatribas contra la oposición para embarcarse en un proyecto de más largo aliento y resultados más redituables: seducir a la clase media.
Con tres años de gobierno a cuestas y una nueva base de estabilidad política y económica, aparece la necesidad de provocar un nuevo desequilibrio positivo a favor del Gobierno. Aún con las encuestas que le sonríen de punta a punta acerca de la imagen positiva del Gobierno - y más aún, del propio presidente-, en el manual kirchnerista mucho no es suficiente.
La última semana fue pródiga en anuncios que tendrán efecto en los próximos meses. Créditos blandos para los jubilados y flexibilización de requisitos para los inquilinos, medidas que podrán traducirse en alivio en los primeros meses del año próximo, un año netamente electoral cuando el gobierno se jugará su reelección.
Tres millones de jubilados que poca atención han recibido de los últimos gobiernos más allá de reconocimiento moral, y una amplia clase media que aspira al sueño del techo propio son los destinatarios de los estímulos para generar expectativas en una amplia franja, volátil en los ánimos y en la definición electoral. Sobre todo en un país donde el 40 por ciento del empleo es informal, y el salario de recibo es muchas veces un espejo distorsionado del salario real.
Los fenomenales anuncios sobre obras públicas tributan en parte al mismo esquema: un país de fábricas abiertas y cascos amarillos multiplicados.
Un tercer segmento social volverá a dinamizar su presencia en la agenda del Gobierno. Oficializar la reaparición de Alicia Kirchner al frente del Ministerio de Desarrollo Social blanquea quién maneja los más de 3 mil millones de pesos en asistencia social.
Todavía 1,5 millones de personas cobran 3 pesos por día con los Planes Jefas y Jefes de Hogar.
La saturación mediática la encarnaron la última semana la ministra de Economía Felisa Miceli y funcionarios de segunda línea. El jefe de Gabinete, Alberto Fernández tiene otra tarea: darle sostén a la concertación plural para que se transforme en armazón y no en una cáscara electoral.
El Gobierno encontró en el propio radicalismo a su mejor propalador de la crisis. Ya no necesita la Casa Rosada exhibir a unos y despreciar a otros. Los propios radicales se encargaron de desollar al partido hasta mostrar en carne viva los efectos de la crisis de más de una década.
Néstor Kirchner se consolida, estira su influencia y captura cinco gobernadores de la UCR -¿serán victorias K o UCR las que surjan en esas tierras?- mientras la oposición se debate sobre la conveniencia de presentar un proyecto único, más o menos unido, o nada unificado.