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Los dos papas que se abrieron al mundo
La decisión de Francisco de canonizar a Wojtyla y Roncalli como símbolo de una Iglesia atenta a los signos de los tiempos. Aunque diferentes, ambos pontificados significaron una 'revolución' que perdura
5 de julio de 2013
En la visión cristiana, así como en las decisiones de la propia Iglesia, no hay coincidencias. Más bien hay acciones deliberadas. Por los hombres o por Dios, lo que equivale a decir en este último caso, por Providencia.

En ese contexto, la decisión del papa Francisco de canonizar a Juan XXIII y Juan Pablo II debe ser contemplada como una fuerte señal de los tiempos que vive la Iglesia y que se inscribe de modo especial en la milenaria historia de la institución fundada en Cristo.

Aunque diferentes, ambos pontificados significaron una revolución para la Iglesia y el mundo, cuyos cambios aún resuenan en los ámbitos religiosos, políticos, sociales y culturales.

El Concilio Vaticano II fue el acontecimiento que cambió la vida de la Iglesia y su horizonte de acción aún es amplio, lo que le otorga una actualidad relevante. Su promotor fue Juan XXIII. Él fue quien tuvo el valor de afrontar el “aggiornamiento” de la Iglesia, aunque poco después murió y su convocatoria debió ser conducida por su sucesor, Pablo VI.

Pero antes de eso, fue Juan XIII quien se propuso enmendar errores pasados y adecuar el mensaje de la Iglesia a las circunstancias humanas y sociales de la época. Para lograrlo, se valió de dos trascendentales encíclicas: Mater et Magistra, en la que hacía referencia a un orden económico centrado en los valores humanos y el concepto de la “socialización”, y Pacem in terris, en la que plasmaba su visión sobre la paz y la libertad, fundadas en el amor que Cristo expresó a la humanidad en la Última Cena.

Décadas después llegaría al trono de Pedro un desconocido cardenal polaco y así daría comienzo a un largo pontificado de 25 años que condujo la Iglesia al siglo XXI.

Aunque doctrinariamente Juan Pablo II pudo ser considerado conservador, su papado significó una apertura trascendental de la Iglesia al mundo.

Sus innumerables viajes por el planeta reconvirtió la figura del Papa en un hombre cercano, atento a las diferentes realidades de un mundo que comenzaba a dejar atrás la guerra fría e ingresaba al tercer milenio.

El Papa peregrino captó la atención de multitudes a través de su carismática presencia, al tiempo que su decidida acción política devino en el fin del comunismo, la condena al capitalismo salvaje y la intercesión en diferentes conflictos bélicos, sobre los que Argentina siempre tendrá una particular deuda.

La canonización de estos hombres en forma simultánea constituye un mensaje en sí mismo. Encierra la novedad de que la Iglesia ha logrado en los últimos 50 años de su milenaria historia comprometer, en su acción cotidiana, la capacidad de escuchar y proceder conforme a los signos de los tiempos sin desoír jamás el llamado redentor de Cristo.