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"Wolverine": la cara más leve de los "X-Men"
28 de abril de 2009
La saga de X-Men, tanto en su formato original de cómic como en su traslado a la pantalla grande, posee una riqueza que excede con mucho el poco ambicioso entretenimiento adolescente. Bien leída, la historia de los mutantes es un enorme relato político y social, que trata sobre el poder, la discriminación, el totalitarismo y la individualidad.

Todas estas complejas aristas que surgen de la historieta creada en 1963 por Stan Lee y Jack Kirby fueron adaptadas con inteligencia y buen tino en las tres primeras entregas de la secuencia cinematográfica que comenzó en 2000 y que promete seguir teniendo descendencia.

El mundo de los X-Men, más allá de la espectacularidad de los efectos especiales y las anécdotas más o menos interesantes que guían cada argumento, se puede resumir del siguiente modo: en un mundo donde la mayoría impone el criterio de "normalidad" aquél que es distinto queda marginado, es temido y segregado. Pero, ¿qué ocurre si esa minoría discriminada posee un enorme poder? ¿Debe rebelarse la minoría y regir sobre la mayoría, o debe integrarse, o debe borrar las diferencias?

Los debates que se plantean a partir de estas premisas son gigantescos e interesantísimos, poseen profundidad y ambigüedad. Y en ese universo de dilemas éticos y posiciones políticas nos habían sumergido gratamente las anteriores ediciones de X-Men.

Pero ahora llegó "Wolverine: X-Men - Orígenes" y la cuestión dejó de ser tan atractivo. Es decir, la película que tiene al personaje encarnado por Hugh Jackman en el centro de su trama no es para nada mala. Es entretenida, tiene tensión, tiene los consabidos giros argumentales plantados para sorprender al espectador y tiene una realización a la que no se le puede achacar defectos técnicos.

Para sintetizar el argumento, digamos que "Wolverine" comienza un siglo atrás, cuando el niño Jimmy Logan presencia el asesinato de quien él supone su padre, para inmediatamente matar con sus pequeñas garras a quien verdaderamente fue su progenitor y, finalmente, conocer la verdadera identidad de su hermano Víctor, tan mutante como él.

A partir de entonces, los hermanos Víctor y Jimmy recorrerán el mundo juntos, dedicados esencialmente a ejercer el oficio castrense. Pelearán hombro con hombro infinidad de batallas, hasta que un día su condición de mutantes será descubierta por el gobierno y, por lo tanto, serán reclutados para conformar un cuerpo de élite paramilitar.

Pero el problema es que estos soldados mutantes caen más temprano que tarde en todo tipo de abusos de poder y crueldad, lo que indigna al noble Logan, quien resuelve dejarlo todo (incluso a su hermano) y rehacer su vida. Claro está que su pasado volverá a buscarlo a su refugio en las montañas para amenazarlo con quitarle el amor de su vida.

Para entonces, la película recién está empezando, pero es mejor no decir mucho más. Hay todavía mucho metraje por delante hasta que se completan los 107 minutos de duración (ojo hay dos secuencias entre los créditos finales). Y, cuando concluyen, la sensaciones son diversas: hemos visto una buena película, mejor que muchos adefesios sobre superhéroes que nos mandan desde Hollywood, pero sentimos que algo nos falta.

Lo que probablemente ocurra es que, esta vez, los X-Men nos han decepcionado. Han logrado hacer (de la mano del director Gavin Hood) una película entretenida, pero no han podido mantener el nivel de profundidad y reflexión que acompañaba al entretenimiento en las anteriores. Algo se perdió en el camino. Quedó a la vista la cara vistosa y amena de los mutantes, pero su costado humano, aquél que nos conmovía, fue olvidado.

Aquí está el trailer subtitulado: