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"La otra Bolena": las hermanas sean distintas
5 de agosto de 2008
Por Sebastián Martínez
La historia es fascinante. Y la historia de Inglaterra es particularmente fascinante. Será porque es un país que forma parte de Europa pero mantiene su orgulloso aislamiento. Será porque llegó a ser una de las contadas naciones que logró transformarse en un imperio. Será porque viene resistiendo innumerables intentos de invasión desde hace más de diez siglos. O quizás sea, simplemente, porque es una de las pocas historias a las que hemos podido acceder en forma masiva a través de las películas, los libros y el teatro.
Lo cierto es que en la larga tradición monárquica de Inglaterra, hay reyes que se ganaron un lugar destacado en los libros de texto. Algunos lo hicieron por inaugurar una época de prosperidad, como Isabel I, cuya historia quedó inmortalizada en esas dos películas llamadas “Elizabeth” y protagonizadas por la gran Cate Blanchett (la primera, recomendable; la segunda, más bien mediocre). Otros, como Enrique VIII, quien fue justamente el padre de Isabel I, lo hicieron por motivos más controvertidos.
A Enrique VIII se lo conoce masivamente por dos episodios. Por un lado, porque fue el rey que dispuso que Inglaterra, en el siglo XVI, se apartara del ala protectora del Vaticano, se “independizó” de la Iglesia Católica y se proclamó cabeza de la Iglesia Anglicana. Por otra parte, porque tuvo seis esposas (en forma consecutiva, no simultánea, vale aclararlo), algunas de las cuales debieron sufrir un trágico final.
La leyenda romántica intenta unir estos dos hechos acaecidos bajo el reinado de Enrique VIII. Dice esta versión de la historia que, estando casado con Catalina de Aragón, el rey se enamoró de tal modo de la joven Ana Bolena, que resolvió anular su matrimonio sin la autorización papal, y esto le costó la excomunión y la separación de la fe Católica. Los historiadores más concienzudos dicen que, en realidad, Enrique VIII forzó el rompimiento de relaciones con el Vaticano para apropiarse de las tierras de la Iglesia, que era en ese momento el mayor terrateniente de Europa.
Esta extensa introducción histórica sirve para hablar brevemente de “La otra Bolena”, el filme que retoma de un modo particular la trama sentimental de la vida de Enrique VIII, agregando, como si hiciese falta, algo más de confusión.
Esta película muestra el ascenso y la caída de Ana Bolena, segunda esposa del enamoradizo monarca británico. Pero la cuestión no es tan sencilla. El asunto comienza cuando los patriarcas Bolena le encargan a Ana que seduzca al rey, para así ganarse su favor, transformarse en su amante y asegurar la posición social de todo el grupo familiar. Pese a sus esfuerzos, al principio bien encaminados, Ana fracasa en su intento por llegar a la cama del monarca. En cambio, el rey comienza a mirar con otros ojos a su hermana menor, la inocente María Bolena, quien acaba de contraer matrimonio con un comerciante.
Como conclusión, es María la que termina accediendo al lecho real, lo que despierta en Ana un gran rencor y un súbito deseo de revancha dirigido contra su hermana, al mismo tiempo que una ambición desmesurada por transformarse en la reina de Inglaterra. La historia nos dice, antes de que entremos al cine, que logrará su objetivo. Y la trama, podríamos decir, recién empieza. Pero no vale la pena adentrarse mucho más para no revelar los entretelones de este entuerto sobre herederos varones, amantes despechadas y cortesanos inescrupulosos.
Decíamos que la historia es fascinante. Bueno, “La otra Bolena” no lo es. El filme es, si se quiere, apenas correcto. Esto quiere decir: cumple con los requisitos mínimos que se le pueden exigir a una película de época en cuanto a la reconstrucción, el vestuario, la dirección de arte. Pero no pasa de ahí. No es, se podría decir, una película con personalidad. Todo ocurre delante de la cámara y nada termina realmente de importarnos.
Mentira. Sí, hay algo que nos conmueve. Las dos hermosas actrices principales, por lo pronto. Scarlett Johansson en el papel de la cándida María Bolena y Natalie Portman en la piel de la codiciosa Ana Bolena son una buena razón para pagar la entrada. Y lo que hacen Eric Bana en el rol de Enrique VIII y Kristin Scott Thomas como la madre de las hermanas Bolena no está para nada mal. Pero eso es todo. El resto va a parar a ese anaquel más o menos anodino de la memoria que hemos creado para acumular allí la mayor parte de las películas históricas que vemos y que finalmente terminan confundiéndose entre sí.