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"Una mujer partida en dos": un poco de amor francés
22 de julio de 2008
Claude Chabrol es un viejo conocido de los cinéfilos. Fue uno de los creadores de la Nouvelle Vague, uno de los movimientos más renovadores del siglo XX, luego coqueteó con el cine histórico, pero últimamente se ha dedicado a hacer filmes más comerciales. Claro, lo que los franceses entiende por “comercial”, que está muy lejos de lo que los estadounidenses colocan en esa categoría.
Para quienes no hayan seguidos sus pasos iniciales (reservados a los cineclubes y a las retrospectivas de los festivales), digamos para ubicarlo que Chabrol fue quien dirigió “Gracias por el chocolate” y “La comedia del poder”. Y digamos también que se lo reconoce por su humor, algo frío y sutil, que impregna todas sus comedias sobre relaciones humanas.
Lo cual nos lleva a “Una mujer partida en dos”, su más reciente creación. La trama gira en torno a una de esas historias pequeñas, de a ratos divertida y de a ratos angustiante, a las que nos tiene acostumbrado Chabrol. Una chica (la bellísima Ludivine Sagnier), que se encarga de hacer el reporte del clima en un noticiero y que quedará prendada de un escritor consagrado, talentoso, casado y algo cínico (Francois Berleand), que le lleva varias décadas de edad.
Allí se desarrollará la historia de amor, pero no hay que pensar en una comedia romántica, ni siquiera en una agridulce historia de amor sobre una pareja dispareja como puede haber sido “Perdidos en Tokio”. Aquí, por debajo de la superficie plácida de las relaciones, se pueden entrever (aunque nunca del todo reveladas) las miserias del alma, la hipocresía, la decadencia.
En el medio aparecerá un tercero. Un joven heredero acaudalado, bastante caprichoso y un poco desquiciado (Benoit Magimel), que intentará disputar el corazón de la chica, cuyos únicos pecados para quedar en medio de semejantes conflictos parecen ser sólo su belleza y su ingenuidad. Aunque, por supuesto, siempre en las películas de Chabrol hay algo más, algo que no se ve a simple vista, pero que le quita toda inocencia a sus personajes.
No tiene sentido adentrarse mucho más en el asunto. Baste con mencionar que: a) el experimentado escritor no tiene demasiados escrúpulos sentimentales y posee hábitos sexuales que salen de lo convencional; b) el rico heredero no está del todo en sus cabales, pero es perseverantes como pocos; y c) que la chica en disputa deberá atravesar enamoramientos, decepciones y cosas peores.
“Una mujer partida en dos” no es de lo mejor de Chabrol, hay que decirlo. Y así y todo, vale la pena. Luego de la habitual panzada que nos damos durante gran parte del año de superproducciones de Hollywood (de las buenas y de las malas), algo de cine europeo airea el ambiente, despeja los sentidos, nos obliga a ver el cine de otra manera.
Este último trabajo del viejo Chabrol, que se encamina a cumplir 80 años, será al menos funcional a quienes saben que hay mucho más cine, detrás de las abrumadoras campañas promocionales llegadas desde Los Angeles.