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"Elizabeth: la edad dorada": la reina solemne
12 de marzo de 2008
“Elizabeth: la edad dorada” es la continuación de “Elizabeth: la reina virgen”, que se estrenó hace diez años. Por ambos filmes, Cate Blanchett estuvo nominada al Oscar como mejor actriz protagónica. Pero nunca logró llevarse la estatuilla. La primera vez se lo sacó Gwyneth Paltrow, por su protagónico de Shakespeare apasionado, y una década más tarde el premio quedó en manos de la francesa Marion Cotillard.

La primera de las historias nos contaba el ascenso al trono de Elizabeth (o Isabel I, como la conocemos a través de los manuales de historia) y como se transformó en la primera reina que lograba hacer de la Inglaterra de mediados del siglo XVI un país protestante, luego de la polémica reforma religiosa encarada por su padre, Enrique VIII.

Ahora, en la continuidad de la saga, ya encontramos a Elizabeth ya experimentada, asentada en el trono y con enemigos diseminados tanto dentro como fuera de Europa. El filme centra su argumento en el enfrentamiento que se da entre la Inglaterra isabelina y la España de Felipe II. Es decir, entre un país que había hecho del protestantismo su religión de Estado y el principal imperio de la época, regido por un católico devoto.

A esta trama política y religiosa, se suma otra de índole más íntima. Elizabeth, que no por nada era conocida como “la reina virgen”, había llegado la edad madura sin contraer matrimonio y sin dejar herederos. Esto, que en la época muchos consideraban un estigma, es explorado por los guionistas de la película que, con varias licencias históricas de por medio, se permiten imaginar una suerte de romance entre Su Majestad y Sir Walter Raleigh, esa mezcla de pirata, explorador y patriota que es héroe de Gran Bretaña.

Digamos que eso es todo lo que se puede contar de la trama de “Elizabeth: la edad dorada”. Intrigas de palacio, un conflicto bélico en ciernes entre España e Inglaterra, y una reina solitaria y enamoradiza que se cruza en el camino de un aventurero. Ahora bien: con esos elementos se puede hacer un filme excelente, uno apenas pasable o uno pésimo.

El director Shekhar Kapur (de nacionalidad india) hace uno que, por sobre todas las cosas, es irremediablemente solemne y previsible. La solemnidad llena a esta película de parlamentos sobrecargados y por momentos poco verosímiles. Lo de la previsibilidad, en cambio, no es enteramente negativo.

Es que, como viene sucediendo con muchos filmes de Hollywood, en “Elizabeth: la edad dorada” hubo mucho presupuesto para contratar grandes actores pero poco talento para ponerlos al servicio de un guión que se salga de los carriles trillados.

Vamos por partes. Cate Blanchett está estupenda en su caracterización de esta reina abrumada, carismática y dura. Geoffrey Rush, que interpreta al primer consejero de la monarca, hace lo que sabe y lo hace con solvencia. Clive Owen, que le da vida a Walter Raleigh, no tiene mayores inconvenientes en despachar a su personaje según las convenciones del género.

Defnitivamente, los problemas de la película no son los actores. Las debilidades se ven en otras partes. Por ejemplo, cuando los reyes, los cortesanos y los embajadores que pululan por los fastuosos escenarios enfundados en costosos vestuarios se ven obligados a pronunciar frases que parecen salidas una y otra vez del bronce de los próceres.

Para colmo, Elizabeth dice cosas como: “Si España se apodera de Londres, perderemos para siempre la libertad de pensamiento”. Como si a los reyes del siglo XVI que mandan a decapitar a sus rivales políticos estuvieran sinceramente preocupados por la libertad de pensamiento.

Por eso, si bien “Elizabeth: la edad dorada” puede ser vista durante sus dos horas sin mayores sobresaltos (aunque con algo de cansancio), su plan de humanizar a los reyes del pasado fracasa, por más esfuerzos que haga la siempre eficiente Cate Blanchett por dar la cara.