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"Piratas del Caribe 3": Sparrow inmortal
23 de mayo de 2007
Llegó el día tan temido. “Piratas del Caribe 3: en el fin del mundo” marca, al menos formalmente, el final de una de las sagas de aventuras más interesantes de los últimos tiempos, quizás sólo comparable a la de los X-Men, a las de la Guerra de las Galaxias o a las de Indiana Jones. Ya se especula (el propio Jonnhy Depp lo ha hecho) con resucitar el proyecto e insuflarle vida para que se puedan rodar algunos capítulos más. Los fanáticos esperan que así sea.
Todo el proyecto, y eso incluye este tercer episodio, implicó un masivo fenómeno comercial, que arrasó con las taquillas en todo el mundo y despertó devoción en públicos de las geografías y las edades más disímiles. Una de las principales herramientas es, por supuesto, el mismísimo Jonnhy Depp, quien parece haber encontrado en el personaje de Jack Sparrow el vehículo ideal para desplegar su talento, al servicio de un producto al mismo tiempo entretenido y sólido.
Por un lado están los números, las enormes ganancias del productor Jerry Bruckheimer, el reconocimiento para el director Gore Verbinski, la consagración de los ya aclamados Depp y Geoffrey Rush, y de los más jóvenes Orlando Bloom y Keira Knightley. Pero más allá de todo eso, “Piratas del Caribe” vuelve a demostrar que es mucho más que cine hipertaquillero de aventuras.
Desde el comienzo de la saga, la postura del filme en el mundo (es decir, en el mundo real) viene diciendo mucho más sobre lo que sucede en el siglo XXI de lo que puede indicar una lectura superficial de las escenas de acción y las historias de amor.
De por sí, toda reivindicación de la piratería como práctica y como ética es una actitud políticamente incorrecta. Pero si a esto le agregamos que la saga pone a las grandes corporaciones (La Compañía de las Indias Occidentales) como los verdaderos villanos y al Estado (en la figura del gobernador interpretado por Johnatan Price) como “títere” de los intereses comerciales, empezaremos a notar que “Piratas del Caribe” no es sólo una fábula pasatista (y divertida) sobre los corsarios del mar. Es también una crítica social.
Esa hipótesis que se venía sospechando en los primeros dos capítulos de la trilogía queda confirmada en un diálogo entre los capitanes Jack Sparrow (Depp) y Barbosa (Rush), entre combates navales y persecuciones. “El mundo es cada vez más pequeño”, se lamenta Barbosa. “El mundo es el mismo”, responde Sparrow: “Sólo que, en él, cada vez hay menos cosas”. No hay que ser demasiado rebuscado para encontrar allí una crítica al unilateralismo, una defensa de la diversidad y un rechazo a la masificación.
Por supuesto, quien lo dice es Jack Sparrow. Porque, más allá de las teorizaciones, lo que importa aquí es el infalible y contradictorio Sparrow, que en esta tercera parte de la saga debe volver del más allá para terminar su faena, en un entramado de lealtades y traiciones que cambia con cada secuencia, al punto de que empieza a ser difícil diferenciar unas de otras.
De algún modo (extenso, ya que la película dura casi tres horas), Verbinski se las ingenia para hilar todos los cabos sueltos de los capítulos precedentes e ir cerrando las infinitas historias. La del capitán Sparrow regresado de los dominios de la muerte, la de los esquivos enamorados Elizabeth y Will Turner, la del ambicioso capitán Barbosa, la de Davy Jones y su fantasmal barco de marinos-peces, la del codicioso gerente de la Compañía de las Indias Occidentales, la de la misteriosa hechichera Tía Dalma, la del padre de Will Turner condenado a vivir casi sin restos de humanidad al servicio de un capitán macabro, la del timorato gobernador Swann y un largo etcétera.
“Piratas del Caribe 3: en el fin del mundo” no es, quizás, el punto más alto de la trilogía (la primera parte era más compacta y en la segunda Depp se lucía más). Pero esto no quiere decir que la película no funcione maravillosamente en todos los niveles posibles de lectura. Ya se sabe, el capitán Jack Sparrow es una garantía.