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Una encíclica que reorienta el lugar del hombre
8 de julio de 2009
El mercado no se rige por sí mismo, la economía no se autorregula, la globalización no es buena ni mala per se.
Todo está bajo el señorío del hombre, el único que debe imponer en cada aspecto la dimensión de la verdad y la caridad.
Así lo entiende y lo expresa Benedicto XVI en su última encíclica Caritas in veritate, que acaba de conocer la luz.
El Papa buscar evitar caer en la trampa de “capitalismo sí o no” o incluso “globalización sí o no”. Se trata más bien de iluminar con el costado más humano –y precisamente divino- que infunde en cada actividad la luz de la verdad.
Es una encíclica de carácter social, porque interpela al hombre y sus modelos toda vez que éstos se alejan del deber ético primordial: servir al prójimo. Así, irrumpe en una necesidad de reformular escenarios financieros y mercados librados a su suerte, con el consecuente descarte de los más débiles o, en términos globalizantes, de los considerados emergentes.
Para el Papa, el mercado “no es el lugar del atropello del fuerte sobre el débil” así como la economía toda no puede carecer de “leyes justas” y de “ética” que vuelva a colocar al hombre en el lugar divino de señorío sobre lo creado.
En tiempos en los que el mundo rezonga los desbarajustes financieros y expulsa –en una suerte de autodepuración- todo aquello que en apariencia se presenta descartable, Joseph Ratizger interrumpe y medita sobre la necesidad de que “madure una conciencia solidaria que considere la alimentación y el acceso al agua como derechos universales de todos los seres humanos, sin distinciones ni discriminaciones".
En lo que promete convertirse en una de las grandes encíclicas de carácter social de la historia de la Iglesia, el propio Papa calla también a través de sus palabras a cierta fama de figura conservadora alejada de los problemas del hombre.
Una y otra vez vuelve sobre el hombre mismo y apunta que "la dignidad de la persona y las exigencias de la justicia requieren, sobre todo hoy, que las opciones económicas no hagan aumentar de manera excesiva y moralmente inaceptable las desigualdades y que se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al trabajo por parte de todos, o lo mantengan".
En realidad, el texto se adentra en cuestiones siempre polémicas y no teme enfrentar a los poderes establecidos en el orden mundial para cuestionar a los organismos que hasta ahora han demostrado más fracasos que éxitos. Así, exhorta a encontrar nuevas formas que arbitren solidariamente el concierto de las naciones.
Como en un principio, el hombre vuelve a ser convocado para convertirse en señor de la creación. Ocurre que desde hace ya un largo tiempo algunas cuestiones se han invertido y esta encíclica llega providencialmente para señalar un primigenio sentido de orientación.