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Embajada en el Vaticano: todos un paso para atrás
4 de febrero de 2008
El gobierno de Cristina arrancó con los mejores augurios de los hombres de la Iglesia al punto que el cardenal Jorge Bergoglio, presidente del Episcopado, venció su resistencia y cruzó la Plaza de Mayo para saludarla en la Casa de Gobierno.
A poco de aquél gesto "bienintencionado" y de la predisposición expuesta por el Gobierno, el escándalo por la vacante en la Embajada ante la Santa Sede hace retroceder las relaciones, al menos, un casillero.
La frustrada gestión de Alberto Iribarne como diplomático argentino en el Vaticano encendió otra vez las críticas hacia la Iglesia, aunque, de momento, procuren no hacerlas públicas. Al mismo tiempo, revela un nuevo foco de conflicto –inesperado para el gobierno argentino- y deja en evidencia cierto grado de ingenuidad política o desconocimiento de la sensibilidad vaticana en temas morales.
La relación entre la Iglesia católica y el gobierno nacional no es buena desde hace tiempo y si bien con el advenimiento de la nueva presidente la tensión logró descomprimirse, no es menos cierto que el recelo y la desconfianza mutua permanecen.
La condición de divorciado del ex ministro de Justicia no es exclusivamente la causa por la cual en Roma “cajonearon” el plácet de embajador. El escollo principal es que Iribarne convive con otra mujer, lo que, para la Iglesia resulta inaceptable.
La situación de los divorciados dentro de la Iglesia es desde hace tiempo motivo de polémica y permanente discusión interna y externa. A tal punto es así que, días antes de que trascendiera la situación de Iribarne, un renombrado cardenal pedía perdón a los divorciados por el trato que a menudo reciben dentro de la institución.
El arzobispo de Milán, Dionigi Tettamanzi, escribió días atrás en una carta que la Iglesia Católica ha “descuidado e ignorado” a los separados y divorciados. Y fue aún más allá, aunque sin alejarse de la doctrina, cuando señaló que “la Iglesia sabe que en ciertos casos no sólo es lícito, sino inevitable tomar la decisión de una separación: para defender la dignidad de la persona, evitar traumas más profundos y custodiar la grandeza del matrimonio, que no puede transformarse en una hilera insostenible de asperezas recíprocas”.
Pese a todo, la realidad política de la representación diplomática de la Argentina en el estado más pequeño del mundo debe ser contemplada desde diferentes perspectivas. El Vaticano es probablemente el estado que mejor conduce las relaciones diplomáticas.
Hábiles administradores de la virtud de la prudencia, la Santa Sede goza de poder, influencia, respeto y admiración por parte de la mayoría de los países del mundo. Tal vez desde allí se explica la reciente declaración del ministro de Justicia, Aníbal Fernández: “Con el Vaticano nunca hay que estar mal”.
También es evidente que, aunque desde la Iglesia argentina procuren no intrometerse en una cuestión que compete a dos estados, todos los obispos del mundo responden a Roma.
Pretender separar las decisiones de la Santa Sede de las de un referente local de la misma iglesia sería también un acto de ingenuidad. Nadie en Buenos Aires irá contra una decisión del Vaticano, aunque no esté de acuerdo.
Más allá de todo, habrá que preguntarse si es prudente mantener la designación de Iribarne como embajador a cualquier precio y dejar, mientras tanto, la representación de la Argentina en manos del encargado de negocios. La gran cantidad de católicos que viven en el país obliga a repensar la estrategia que se adoptará respecto de la vacante en el Vaticano y exige que el avance en la relación de los obispos con el gobierno mantenga su curso de diálogo y búsqueda de soluciones comunes a los problemas de la gente.