Por José Calero

El fútbol argentino está enfermo de violencia, la misma que inunda a diario la vida cotidiana de los argentinos en casi todos los ámbitos.
Miles de familias dejaron de asistir a las canchas, porque suelen ser tierra de nadie, caldo de cultivos para resentidos que, muchas veces alcohol y drogas mediantes, buscan calmar sus penas insultando rivales y amenazando a quien encuentren a su paso...
Son lúmpenes, en el sentido más exacto del término... Desclasados que arrasan con todo lo que encuentran a su paso...
Sólo que en el caso de los estadios ese resentimiento se potencia, porque miles de almas parecen sumar sus frustraciones cotidianas en pocos metros cuadrados para hacerlas estallar en insultos, golpes, pedradas y, si se puede, también robos, como se vio en los alrededores del estadio de River..., pero suele observarse en la vida cotidiana.

La imagen de barras de All Boys haciendo retroceder a los patrulleros hace unos días pareció sólo el anticipo de lo que podía ocurrir en la frustrada súper final de la Copa Libertadores entre River y Boca...
La sociedad argentina parece ser siempre una bomba de tiempo a punto de explotar...

La expectativa tan grande derivó en lo que muchos temían. Todo se desbordó. Ni siquiera el promocionado operativo de seguridad para la Superfinal pudo evitar que se produjeran graves incidentes, dentro y fuera del estadio Monumental.

A menos de una semana de la Cumbre Presidencial del G20, a la que asistirán los líderes más importantes del mundo, con el norteamericano Donald Trump y el chino Xi Xinping a la cabeza, lo ocurrido en Nuñez enciende un alerta rojo...

Si un operativo de seguridad no pudo anticipar la emboscada a un micro con jugadores de fútbol, qué se puede esperar...
La violencia invadió las calles y la inoperancia del operativo policial quedó de nuevo al desnudo, para mostrar lo peor de una Argentina que parece condenada al fracaso más rotundo...