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El día que Perón echó a los Montoneros
Hace 40 años, el entonces presidente Perón se enfrentó con los jóvenes guerrilleros y los echó de la Plaza. Momento bisagra de nuestra historia
1 de mayo de 2014
El clima estaba tenso y las divisiones ya eran evidentes entre la izquierda y la derecha peronista, en los días finales de la vida del entonces presidente Juan Domingo Perón.
Cuarenta años atrás, el 1° de mayo de 1974 en la Plaza de Mayo fue el escenario de la ruptura definitiva entre Perón y Montoneros, la organización político militar que él mismo había alentado cuando seguía proscripto en el exilio madrileño y la Argentina era gobernada por una seguidilla de dictadores.
Los montoneros ya no eran la “juventud maravillosa” del General: se habían convertido en “infiltrados que trabajan adentro y que, traidoramente, son más peligrosos que los que trabajan desde afuera”, como también les dijo desde el balcón de la Casa Rosada.
Muchos jóvenes ya no lo escuchaban porque le habían dado la espalda y se estaban yendo. El acto terminó con la mitad de la plaza vacía y con la otra mitad, la que había sido movilizada por los sindicatos, gritando victoriosa: “¡Ni yanquis ni marxistas, peronistas!” y ¡Perón, Evita, la patria peronista”. Perón había bendecido a los gremialistas “sabios y prudentes” y a los sindicatos que formaban “la columna vertebral de nuestro Movimiento”.
La fuerte presencia de sectores de derecha con José López Rega, el siniestro ideólogo de la Triple A, que ya venía realizando su acción de perseguir dirigente y asesinar militantes, hizo que antes de comenzar su famoso discurso le gritaron con vehemencia: “¿Qué pasa, qué pasa, qué pasa General, que está lleno de gorilas el gobierno popular?”
Ese día Perón se enojó y los echó de la Plaza de Mayo y de su Movimiento o, como siguen sosteniendo los ex jefes guerrilleros, cuando ellos decidieron irse empujados por la presión de sus bases.
Ya no hubo retorno porque Perón, que era Presidente por tercera vez, murió dos meses después. Montoneros había planeado el acto del 1° de mayo como una asamblea popular ante la cual Perón debía rendir cuentas de su gobierno.
Uno de lo hechos que enojó más al gfeneral fue que insultaron a su esposa, la vicepresidenta Isabel Perón. Con fastidio, Perón esperó que se callara, luego les hizo gestos con las manos pidiendo silencio y, como no lo consiguió, se largó a hablar.
Perón comenzó así: “Compañeros: hace hoy veinte años que en este mismo balcón y con un día luminoso como éste, hablé por última vez a los trabajadores argentinos. Fue entonces cuando les recomendé que ajustasen sus organizaciones porque venían días difíciles. No me equivoqué ni en la apreciación de los días que venían ni en la calidad de la organización sindical, que se mantuvo a través de veinte años, pese a estos estúpidos que gritan”.
La historia daba un giro trágico y esa bisagra desató el terror de sangre y muerte que vino después.