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"Tron: el legado": las segundas partes nunca fueron buenas
Apoyada en la leyenda del filme original de 1982, la historia de los programadores que son abducidos dentro del mundo digital renace en esta floja secuela
16 de diciembre de 2010
Por Sebastián Martínez
Cuando se estrenó "Tron", en 1982, la realidad virtual era todavía una ilusión lejana de unís pocos visionarios, las computadoras personales apenas si empezaban a circular y la revolución digital estaba aún en pañales.
Será por eso que, pese a ser un filme bastante convencional, su estética y su planteo alcanzaron para que toda una generación de adolescentes comenzaran a venerarla.
En aquella película, Jeff Bridges era Kevin Flynn, un joven genio de la programación que lograba no sólo crear el videojuego más vendido de la historia, sino también introducirse dentro del mundo virtual, donde era sometido a toda serie de pruebas, debiendo convertirse él también en un personaje del entretenimiento.
La secuela "Tron: el legado", que ahora llega a los cines, se propone como la continuación de aquella historia. El asunto arranca en 1989, unos siete años después del final del filme original. Ahora, Kevin Flynn tiene un hijo, al que deleita con sus historias de sucesos increíbles ocurridos dentro del mundo virtual. Hasta que una noche, luego de meterlo en la cama y prometerle un paseo por los videojuegos al día siguiente, Kevin Flynn desaparece.
Los años pasan y Sam Flynn, hijo y heredero de un imperio multinacional, crece hasta transformarse en un joven con pasión por las motos, poco sentido del riesgo y un gran desinterés por la compañía de su desaparecido padre, a la que sólo concurre una vez por año para sabotear. Y es que la empresa ha caído en manos de un grupo de ejecutivos que sólo veneran el dinero y que están muy lejos de los deseos de su padre, que soñaba con el software libre ya en los tempranos años 80.
Pero todo está a punto de cambiar. Un mensaje que llega a un anacrónico bíper abre las puertas para la exploración de un viejo almacén de videojuegos y, un paso más allá, Sam estará dentro del mundo virtual creado por su padre.
Quizá no tenga sentido adelantar mucho más sobre la trama. Sólo añadir que el mundo digital se encuentra bajo la tiranía de un "programa" creado por el viejo Flynn, que la única salida es solucionar las cosas desde afuera mediante un golpe de teclado y que habrá una audaz forma de vida digital que ayudará a Sam a salir del atolladero.
Si bien el protagónico le corresponde al joven Garret Hedlund, el viejo Jeff Bridges (quien maquillaje mediante debe interpretarse joven y viejo) sigue siendo el punto convocante del filme. Alrededor suyo se amontonan el habitualmente talentoso Michael Sheen y la hermosa Olivia Wilde, pero sus personajes, como casi toda la película, son un poco artificiales.
Y es que a 28 años de la apuesta original de "Tron", ahora quedan al descubierto todas sus flaquezas como proyecto cinematográfico. Por más que Bridges ponga lo mejor de sí y que los diseñadores de imágenes generadas por computadora se hayan esmerado, "Tron: el legado" es debajo de su armazón pretencioso, un filme obvio y previsible.
Quizás no sea lo suficientemente malo como para derrumbar la leyenda de la "Tron" original. Aunque posiblemente muchos se den cuenta ahora de que aquel filme de 1982 era asombrosamente innovador y visionario, pero al mismo tiempo una película bastante floja.
Posiblemente tenga razón el crítico estadounidense que, tras ver el filme, dijo: "Tron: el legado" es la mejor película que he visto partiendo de un guión realmente horrible". Pero quizás ni siquiera eso.