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Increíble historia de dos argentinos en EEUU
Actuaban como informantes de la policía, pero residían de manera ilegal. Ahora los quieren deportar
14 de febrero de 2010
El 'sueño americano' parecía estar haciéndose realidad para Emilio Maya y su hermana Analía, cuyo pequeño café les daba grandes satisfacciones.
Habían llegado desde Argentina a fines de la década de 1990 y se habían radicado en este pintoresco pueblo cerca de las montañas Catskill, donde trabajaban en restaurantes y eran bien considerados por la comunidad. Emilio era voluntario del cuerpo de bomberos y Analía hacía traducciones para la Policía, también a título de voluntaria.
Ambos ahorraban dinero para abrir un pequeño restaurante de comida argentina, pero había algo que los atormentaba: estaban en el país ilegalmente. Llegaron con visas de turistas y se quedaron. Un día Analía se confesó con un amigo, el policía Sidney Mills y él no lo pensó dos veces. En marzo de 2005 Mills arregló un encuentro con dos agentes del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, según sus siglas en inglés), Kelly McManus y Morgan Langer, y se selló un pacto: los hermanos serían informantes y el ICE los ayudaría a conseguir visas S, una poco común que se concede a personas que ayudan al gobierno. "Fue todo muy claro", dice Mills. Pero 5 años después el ICE intenta deportarlos.
A Emilio nunca le convenció mucho, pero los agentes eran cordiales y parecían interesados únicamente en asuntos de drogas, pandillas, tráfico humano, prostitución y venta de documentos falsos. Dijeron que no buscaban indocumentados, sino "pescados grandes, delincuentes''. Así, los Maya se internaron en el mundo turbio de los informantes.
Al principio, todo parecía sencillo. En los partidos de fútbol, en el restaurante o cuando en el supermercado iniciaban conversaciones y recababan información para después pasarla. Emilio seguía con dudas. Las visas S son conocidas como las de los "snitch" (delatores). Estaban a punto de abrir su restaurante. Sus padres habían viajado para ayudarlos.
En febrero de 2006, los agentes decidieron encomendarles misiones más arriesgadas. A Emilio le pusieron micrófonos y lo mandaron a un prostíbulo. Al mes les dieron permisos de trabajo. En septiembre, Analía se hizo pasar por una indocumentada mexicana en una fábrica para ver si contrataban indocumentados. El tratar de conseguir información con un micrófono la ponía nerviosa. Tras 5 semanas con miedo una vieja lesión la llevó al hospital. Hacia mediados de 2007, Emilio no podía con los nervios. "Les dimos información sobre una pandilla, sobre contrabando y ellos no nos daban nada", se queja. Les exigían cada vez más. En 2008 les pidieron datos sobre terrorismo y venta de armas. No la consiguieron. En mayo de 2009 los amenazaron: si no la conseguían serían deportados.
Analía estaba furiosa y le contó todo a un cliente el legislador Maurice Hinchey. "Cálmese", le dijo. "El gobierno no usa a la gente y luego la descarta" y empezó a investigar. Nadie pensó lo que se venía. El 17 de noviembre, Emilio fue rodeado por agentes armados del ICE. Estuvo detenido 15 días sin que se le formulasen cargos. La única explicación que recibió el legislador fue que la información suministrada por los hermanos no había generado arrestos. Emilio fue liberado y será deportado el 2 de marzo. "El ICE usa a las personas más vulnerables para trabajos peligrosos, les hacen promesas y luego los abandonan", afirma la abogada Claudia Slovinsky, especializada en inmigración.
El caso de los Maya ha dividido la comunidad en este pueblo del valle del río Hudson. Mucha gente los apoya, recauda dinero para ayudarlos y bombardea a sus legisladores con cartas pidiéndoles que hagan algo. Hinchey presentó un proyecto pidiendo que se le conceda la residencia. La reacción de la comunidad hispana ha sido previsible: la mayoría ignora a los Maya.