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"Luna nueva": primero hay que saber sufrir, vampiro
En el segundo capítulo de la historia de Bella y Edward, que ya conocíamos desde "Crepúsculo", las reglas del vampirismo vuelven a separar a los amantes
18 de noviembre de 2009
Por Sebastián Martínez

Ya es sabido que "Crepúsculo" es una saga nacida en forma literaria de la pluma de Stephenie Meyer y que se transformó en el fenómeno editorial de ventas más importante a nivel mundial, después de "Harry Potter" y de las creaciones de Dan Brown. Pero también es sabido que ese éxito comercial en las librerías no se traduce necesariamente en un éxito de taquilla en los cines.

Sin embargo, cuando el año pasado "Crepúsculo" desembarcó finalmente en las pantallas, logró una buena aceptación entre el público adolescente, con números de recaudación que dejaron más que satisfechos a los distribuidores, aunque no se haya transformado en un extraordinario suceso de taquilla, al menos en la Argentina.

En la primera película de la saga se nos presentaba la historia de Bella y Edward. Recordemos: ella llegaba un poco a regañadientes a un pueblo neblinoso y frío del norte estadounidense, para vivir con su padre. En su nueva escuela conoce a un chico extraño, inquietante y pálido que le llama la atención. Se saludan, se evitan, se atraen y se revelan sus verdades: ella dice que lo quiere y él le confiesa que es un vampiro. La cosa, sin embargo, funciona y, pese a que hay otros vampiros que quieren asesinarlos a cada paso, Bella y Edward terminan jurándose amor eterno.

En "Luna nueva", la historia comienza con Bella leyendo "Romeo y Julieta" y, a sus 18 años, temiendo envejecer mientras su amado permanece eternamente joven. Edward, en tanto, trata de convencerla de que todo irá bien, y hasta cierto punto lo logra, pese a que el joven Jacob (el mejor amigo de Bella) lo mire torcido y le prevenga a ella una y otra vez que no es bueno salir con un "chupasangre".

El idilio del vampiro y la muchacha termina de repente. Edward, en un intento por protegerla de quién sabe qué, le anuncia en un diálogo algo confuso que el noviazgo ha terminado, que se marchará del pueblo y que lo mejor será que lo olvide para siempre. Ella, naturalmente, cae en la depresión más profunda, de la que apenas si puede asomar la cabeza en compañía de su amigo Jacob, a quien también le empiezan a pasar sus cosas.

No diremos mucho más. Edward el vampiro se va con su familia, Bella se queda hundida en la desesperanza y Jacob revolotea con sus propios secretos y sus propias ansiedades adolescentes. Ése es más o menos el planteo de "Luna nueva".

Hay que tener una cosa en claro con esta saga. El conflicto, el nudo de todo el asunto fue, es y suponemos que seguirá siendo el mismo: la imposibilidad de hacer compatibles los mundos de los protagonistas. No tanto la imposibilidad del amor (que existe y se desarrolla), sino de crear una plataforma para que ese amor perdure. No en vano, la escritora, el director y los guionistas juegan con la idea de "Romeo y Julieta". Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir... Ése es el lema de "Luna nueva".

Lo que ofrece la película, hay que decirlo, no es demasiado. Sí una extensión para saciar a los fanáticos: 130 minutos. Sí una estética heredera de la primera parte, que a su vez parece sacada de los clips dark pop de los 90. Y, hay que reconocerle, sí una buena elección de casting: Pattinson es el carilindo inexpresivo que conquistará a la platea de quinceañeras, y Kristen tiene una belleza cercana, fácil despertar la identificación del público femenino.

Pero más allá de los aciertos y las debilidades de "Luna nueva", su suerte ya parece echada aún antes de ser estrenada. Los fanáticos de la saga (en su inmensa mayoría adolescentes) irán sin dudarlo a comprar sus entradas. Si sólo a ellos se le suman algunos curiosos, la película ya cumplió su cometido comercial, recaudatorio. ¿Lo merece? Bueno, esa pregunta es más difícil de responder.