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8, 7, 6
Columna de Osvaldo Bazán publicada en el diario Crítica de la Argentina
17 de octubre de 2009
Habrá que reconocerle al kirchnerismo otro logro además de haber hecho bajar el cuadrito de Videla y agenciarle trabajo de bruja mala a Diana Conti: consiguió en seis años de ímproba labor que las carreras de comunicación dejasen de estar de moda, calvario por el que veníamos pasando durante casi treinta años.

Cuando terminaba la dictadura y florecía nuestra adolescencia, estábamos seguros de que había cosas para decir. Quizás la tremenda influencia de la revista Humor, los aires aportados por los que volvían del exilio y por los que lograban acá sacarse la mordaza o por el ventarrón de libertad que era evidente que se avecinaba, nos sentimos empujados hacia las carreras de comunicación adonde fuimos a parar tanto quienes teníamos la íntima convicción de que jamás serviríamos para otra cosa, como aquellos que estaban tan poco amarrados a una vocación que cualquier viento los llevaba. Periodismo fue la carrera de moda en los 80 y en los 90. Es que a la cuestión emocional/ ideológica –y andá a saber cómo se separa la una de la otra– de la primavera democrática se le agregó el dato contundente de la explosión de los medios, el surgimiento de alternativas, las radios de baja potencia, la tevé por cable, el paraíso abismal de internet. Todos teníamos algo que decir, algo que preguntar y fuimos viendo cómo encontrar el camino para hacerlo.

¿A quién mandaron al fondo de la cava en enero del 97? En ese momento la sociedad sabía que un periodista que investiga el enriquecimiento ilícito de los gobernantes está cumpliendo su trabajo. ¿Nos olvidamos de Cabezas?

¿Qué pasó en el kirchnerismo para que ahora, un periodista que investigue el increíble incremento patrimonial de los gobernantes deje de ser alguien que pregunta en nombre de la sociedad a la que se le sacó ese dinero para ser “un mercenario enviado por los multimedios”? ¿Investigar a Menem era progre y hacerlo con Kirchner es reaccionario?

¿Cuál es la lógica?

La lógica, amigos, es “8, 7, 6”

Néstor trazó una línea, de acá los amigos (Daniel Hadad –alguien que, sin duda, en Cuba sería director del Granma– pasó a ser interlocutor privilegiado; Página/12; El Argentino, Veintitrés, C5N, Radio del Plata) y de allá, los enemigos (el primero fue el Menchi Sábat, que dejó de ser un exquisito artista popular para convertirse en un cuasi mafioso). Y encima aparecieron ahora unos seres sin vidas propias, unos inanimados llamados cíbers cuyo trabajo pago parece ser escribir comments para desmoralizar a los “enemigos” en los sitios periodísticos que permiten el juego de la libre expresión de internet (¿por qué será que Página/ 12 no habilita a sus lectores digitales los comentarios?). ¿Imaginan la pequeñez de esa batalla? ¿La nimiedad de esas vidas? ¿Imaginan el nivel de locura detrás de los comandantes de esas guerritas?

Hace poco leí en la revista C una declaración de Mex Urtizberea que me aclaró un poco el panorama: “Voté a Cristina y apoyé a los K en muchas cosas. Eso sí, no me gusta que hayan hecho una fortuna con esos terrenos fiscales en El Calafate. Pero hay que tener huevos para hacer todo lo que hicieron en materia de derechos humanos”. Con Menem se instaló el nefasto apotegma “roba pero hace”. Seguimos en el menemismo, a las pruebas me remito.

No podemos hacernos los desentendidos. Muchas cosas hicimos mal para que hoy el periodismo no sea respetado: hacer creer que un globo vacío volando por Colorado es noticia; creer que el “periodismo de periodistas” es algo menor asumiendo actitudes corporativas; aceptar que “salir en televisión” sea un fin y no un medio; hacer concesiones a fuentes y entrevistados para tener su palabra.

Pero el principal error fue no habernos hecho respetar.

Diego Gvirtz me convocó para un programa nuevo que estaba por hacer para Canal 7, me dijo que se iba a llamar Tiradores y que los panelistas saldríamos vestidos con camisa y tiradores; que desde el canal querían imponerle el nombre –que le sonaba ridículo– 6, 7, 8 pero que él no lo iba a aceptar. Lo iba a conducir el Chavo Fucks y entre otros panelistas iba a estar la querida María Julia Oliván. Contesté “dejame pensarlo”, me fui de vacaciones y en el medio me surgió una posibilidad que después se cayó pero que me interesaba más; entre otras cosas porque no veía cómo tendríamos libertad para trabajar en el canal estatal en el que la figura del vicepresidente –piénsese de él lo que se piense– estaba prohibida. “No te hagás problemas –me dijo Gvirtz–, eso fue el año pasado, porque estaban muy locos con lo del campo. Este año no se van a poner tan locos, además saben que a mí la libertad me la tienen que respetar”. Finalmente el canal decidió que Fucks no fuera el conductor y que se llamara 6, 7, 8. Gvirtz parecía haber guardado los tiradores.

Comenzó el programa y desde el primer día me alegré de no estar ahí. Los informes burdamente sesgados, la falta de autocrítica, la soberbia ciega, el uso tan funcional del periodismo para todos y cada uno de los deseos ocultos o no del Gobierno, y especialmente la manipulación para el fusilamiento mediático a colegas que no piensan igual es todo lo que no quiero de esta profesión.

Cuando Gvirtz decide poner al aire en el canal estatal una denuncia anónima levantada de YouTube, 17 minutos de un empaste de cintas en donde nada es claro –si ni se ve la cara de quienes hablan, ¿cómo saber qué dicen?– no alcanza con que los panelistas digan “no nos gusta que el editor lo haya hecho”, más aún cuando es obvio que lo vieron en la pauta del día –no hay programa de televisión en vivo que no tenga una pauta escrita que todos, técnicos, productores y conductores, sigan– y aceptaron difundirlo. Más aún cuando hace meses que vienen dando lecciones de ética. Más aún cuando al día siguiente, con la excusa de decir que no estaban de acuerdo, lo volvieron a pasar.

Vení, Perogrullo: intereses de los medios hubo siempre y decirlo es una obviedad. Buenos y malos también hubo siempre. Si alguien tiene una empresa, vende y compra y quiere ganancia por lo que hace (¡jelóu! ¡Vivimos en el capitalismo!). Los periodistas no creemos que las noticias sean mercancías pero producimos valor y -como todos- sólo disfrutamos de una pequeña parte de ese valor que producimos. Lo demás se llama plusvalía y así funcionan las sociedades en las que vivimos. Si me preguntan, no me gusta y casi ninguno de nosotros lo eligió, pero no parece que haya multitudes dispuestas a tomar el Palacio de Invierno. Quienes trabajamos en empresas periodísticas tenemos intereses que pocas veces coinciden con los de los patrones. Por algo no tenemos vocación de patrones. Depende del tamaño de la desavenencia, si es tan grande que no nos permite dormir en paz, nos vamos. Oiga, que lo hemos hecho y lo seguiremos haciendo y no se muere nadie. También es cierto que no sobra el trabajo y que a veces se cierran los puños y se sigue, pero uno puede negarse a lo que no quiere hacer y además no suena indigno poner una mercería si eso nos evita un incordio. Aun en el panorama desolador de la falta de trabajo podemos decir “no” si sentimos que tenemos algo que defender. No es de héroes, es sólo para dormir de noche. Gvirtz nos mintió diciendo que antes de poner eso al aire se aseguraron de que había una denuncia judicial y este diario comprobó que la denuncia anónima fue realizada al día siguiente. Y no es, como dijo la panelista Sandra Russo, una discusión sobre cámaras ocultas. Es una discusión sobre responsabilidad. Seguir ahí es avalar que el fin de difundir esa denuncia anónima justifica la absoluta falta de responsabilidad profesional. Por algo el panelista Orlando Barone llamado por este diario dijo “no, querida, no, no voy a hablar” y cortó. Peor aún es que el director del canal supuestamente de todos, Tristón Bauer, no diga una palabra. ¿Los empleados de Gvirtz, duermen bien de noche? ¿Cuentan ovejitas? 8, 7, 6, ¿cuántas quedan? Si Sandra Russo nos sorprendiera y conforme con su incomodidad, renunciara, por ejemplo, no se quedaría en la calle: aún le restarían sus trabajos de Radio Nacional y Página/12.

El Gobierno cree del periodismo lo que el Gobierno hace en periodismo, apoyado por gente que en el mejor de los casos cree que roban pero respetan los derechos humanos (¿sería eso posible?) y, en el peor, por mercenarios.

Si nosotros mismos hundimos la profesión, si permitimos que el poder maneje tan claramente nuestro discurso, es al menos paradójico que después nos asombremos que venga Maradona o quien sea y nos pida que se la mamemos. Si a algunos es lo único que le falta.