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¿El lavarropas es sinónimo de liberación femenina?
Así lo aseguró el Vaticano en otra polémica declaración sobre el rol de la mujer en la sociedad. En un artículo lo coloca por sobre la píldora anticonceptiva
11 de marzo de 2009
Para el Vaticano, la máxima conquista de la liberación femenina es el lavarropas.
En su edición del 8 de marzo, L'Osservatore romano –el diario del Vaticano– aludió al Día Internacional de la Mujer. El artículo, firmado por Giulia Galeotti, se titula: "El lavarropas y la emancipación de la mujer. Pon el detergente, baja la tapa y relájate". ¿Les parece increíble? No, no es un chiste. Esto es lo que la Iglesia piensa sobre la mujer. Y, como si esto no alcanzara se despacha a gusto:
"En el siglo XX, ¿qué fue lo que tuvo más influencia en la emancipación de la mujer? –se pregunta Galeotti–. El debate sigue abierto. Algunos dicen que fue la píldora; otros, la liberalización del aborto, o incluso trabajar fuera del hogar. Sin embargo, otros van más lejos (y proponen): el lavarropas".
Es probable que, al aventurar semejante conclusión doméstica, la periodista italiana haya tomado como referencia a las negras esclavas o a las campesinas que cargaban sobre sus cabezas canastos inmensos, para hacer la lejía –como se decía– a orillas del río. Entonces, la tarea de golpear las pesadas sábanas de hilo contra las piedras, retorcerlas y extenderlas sobre el pasto para que se secaran, equivalía a trabajos forzados, analiza el diario Clarín.
La autora de la nota sostiene que, después de las guerras, para lograr que las mujeres dejaran la casa, los hombres machacaron con un mensaje: "Casarse pronto, instalarse en forma definitiva en el matrimonio, abandonando estudio y trabajo, era el único destino capaz de permitir a las mujeres la realización de su verdadera naturaleza, todo lo cual –y ésta era la gran novedad de la modernidad– podía y debía ser hecho sin esfuerzo ni fatiga. Cine, televisión, diarios, publicidad, médicos, psicólogos y sociólogos, todos revelaron a las mujeres su agradable y gratificante vocación".
Galeotti se remonta a los orígenes del lavarropas, y rescata que el primer prototipo rudimentario fue inventado, en 1767, por un teólogo, el alemán Jacob Christian Schaffern. "Al principio, las máquinas eran muy voluminosas –recuerda la periodista–. Pero rápidamente la tecnología creó modelos más estables, livianos y eficaces".
Esto permitió, según Galeotti, alcanzar "la sublime mística de 'cambiar las sábanas dos veces por semana en vez de una' ", frase que atribuye a la célebre feminista estadounidense Betty Friedan. Y así se llegó a la imagen de "la supermujer en el hogar, sonriente, maquillada y radiante entre los electrodomésticos de su casa".
Podría pensarse que el artículo cuestiona el estereotipo del ama de casa, pero no es así: según Galeotti, gracias a las lavanderías públicas, aun las mujeres pobres americanas pudieron salir del hogar y tomarse un cafecito con las amigas, mientras el magnánimo invento masculino hace su trabajo.
L'Osservatore romano incluyó otro artículo, en el que analiza "La Iglesia y la revolución femenina". Allí, la periodista Lucetta Scaraffia recuerda que la Iglesia católica "se opone con fundamento y con razón a la teoría artificiosa del género". E interpreta que, "si la concepción puede ser hecha por un científico en un laboratorio, la diferencia entre masculino y femenino parece perder relevancia".
Para mal y para bien, la vida de las mujeres no está encapsulada en probetas ni tambores de los lavarropas, ni siquiera automáticos.