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Estreno de la semana: un avión, 50 serpientes y Samuel Jackson
Sin prejuicios, "Terror a bordo" da exactamente lo que promete: cine de bajo presupuesto, un guión hecho a la medida de su público y poco suero anti-ofídico
13 de septiembre de 2006
Se puede entrever algo seductor en la filosofía que rodeó la factura de “Terror a bordo”. Quizás sea la transparencia que tuvo todo el proceso de elaboración de la película, esa falta de pudor con que sus creadores compartieron sus ideas con todo el que quisiera, a través de Internet, cuando el filme no estaba ni remotamente terminado. Esa misma transparencia y honestidad –un poco ramplona, es cierto– quedó impresa en esta película, hoy ya terminada, exhibida en las salas del mundo, y convertida en un producto que brinda exactamente lo que uno imagina: sin prejuicios, sin pretensiones, sin dobleces.
La historia detrás de “Terror a bordo” ya es leyenda en el ámbito cinematográfico. Había una idea original, una idea que se llamaba “Snakes on a plane” (Serpientes en un avión). No era nada del otro mundo: el concepto central era un avión de pasajeros plagado de serpientes en medio del aire. Pero lo cierto es que esa idea llegó a los estudios de Hollywood y los ejecutivos quisieron meter mano, proponer modificaciones, morigerar ciertas escenas, sugerir otros títulos.
Entonces comenzó una batalla prácticamente inédita en la historia del cine. A través del Internet, el futuro público de la película comenzó a presionar para que su gusto fuese respetado. Y hasta tal punto fue respetado, que algunas de las ideas surgidas de los numerosos foros de la red dedicados al tema fueron incorporadas en el montaje final de “Terror a bordo”, mientras que aquellas ideas de los ejecutivos de los grandes estudios fueron, a la postre, descartadas.
¿Cuáles eran esas ideas que aportaba el público? Fueron varias, pero mencionemos dos en que la pulseada terminó siendo ganada por los fervorosos internautas. 1) Los lobbistas virtuales lograron dejar en la edición definitiva las escenas más explícitas en lo que a sexo y violencia se refiere (que tampoco son tan explícitas). Incluso, a pedido del público, se rodaron y añadieron nuevas tomas que tornaran aún menos pudoroso al producto final. 2) También consiguieron que se mantuviera el título original, “Snakes on a Plane”, que los ejecutivos querían cambiar por el más anodino “Pacific Air 121”, ante el temor de que al miedo ya existente por los atentados del 11-S se sumará la fobia a los reptiles y la gente directamente no fuese al cine.
Luego de este primer enfrentamiento entre espectadores y productores previo al estreno (es decir no mediado por la taquilla), la película llegó a los cines. Y lo hizo con un costo de apenas 40 millones de dólares, lo que equivale a decir una ganga en lo que al cine de los Estados Unidos atañe. Partiendo de tan bajo presupuesto, a “Terror a bordo” no le costó mucho lograr su cometido comercial: recaudar más de lo que se invirtió. El ciclo del cine como negocio estaba completo.
Pero más allá de los billetes, ¿qué cuenta “Terror a bordo”? Su título en inglés no puede ser más revelador: “Serpientes en un avión”. Samuel Jackson –única figura de peso en el elenco– interpreta a un agente del FBI que debe trasladar desde Hawai hasta Los Angeles al testigo de un homicidio perpetrado por una cruel organización delictiva. Agente federal y testigo protegido subirán en Honolulu a un avión que, mientras cruce el Pacífico, será invadido por medio centenar de serpientes venenosas y constrictoras que fueron dejadas allí para evitar que el relato directo de ese homicidio llegue a la Justicia y que, por supuesto, aterrarán al pasaje. Entonces, azafatas, pilotos, pasajeros nobles y deleznables pasajeros huyendo de la incontenible invasión de los reptiles.
Es decir: nada que no nos imaginemos ya desde el título. Y es que “Terror a bordo” es una película previsible, algo violenta, superficial, hasta un poco berreta. Pero no deja de tener el encanto del cine clase B. El espíritu liberador de esas películas baratas que los canales compraban enlatadas y al por mayor para rellenar espacios muertos de programación. O aquellas que se podían ver hace años en continuado, durante toda una tarde, en los cines de barrio por el precio de una sola entrada. Eran malas, para qué engañarnos. Pero, ¿quién no disfrutó viéndolas?