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Llenar cada vez más de contenido a la Democracia
(Por José Calero) Estos 25 años de libertad son motivo de celebración pero también obligan a reflexionar sobre las asignaturas pendientes que tiene la Argentina
10 de diciembre de 2008
La Argentina cumple 25 años de Democracia ininterrumpida, el período más prolongado de libertad desde que se sancionó la ley Saenz Peña en 1912, que consagró el voto secreto y obligatorio.

Nunca el país había logrado mantener un régimen democrático por tanto tiempo, y lo que más entusiasma es que este estilo de vida parece haberse internalizado en la población a tal punto que ya casi nadie en el país concibe otra vía que las elecciones para cambiar de gobierno.

Ni siquiera la hiperinflación de 1989 ni la debacle socioeconómica del 2001 pusieron en duda la continuidad de un sistema institucional que, con sus errores, es el que garantiza las libertades civiles.

A fines del 2001, con una veintena de muertos en las calles y convulsión social, la democracia argentina fue capaz de no caer en el abismo de golpear la puerta de los cuarteles, y, a pesar de que costó tener cinco presidentes en una semana, supo encontrar la salida.

El respeto por el sistema democrático y el repudio de toda forma dictatorial de gobierno, que tuvo su noche más oscura con la última dictadura, no debería hacer olvidar a los argentinos la necesidad de ir mejorando esta Democracia para que nunca más una tiranía gobierne el país.

La clave es entender que la Democracia corre el riesgo de convertirse en una cáscara vacía si no se la llena de contenido para que la gente confíe cada vez más en que es capaz de mejorar su calidad de vida.

La Democracia debe permitir que la gente se exprese con libertad, que se acabe la patota, que aumenten los grados de pluralismo en los partidos políticos, los gremios y las organizaciones sociales, que haya más empleo y educación, pero también más equidad y seguridad.

La Democracia debe servir también para que los gobernantes se manejen con mayor transparencia y rindan cuentas de sus decisiones.

Es en estos últimos puntos donde la Democracia argentina parece tener las mayores asignaturas pendientes.

Aunque el gobierno lo trate de ocultar no hablando de ello, el Estado argentino ha comenzado a dejar de controlar distintas partes de su territorio, lo que convierte a zonas del conurbano bonaerense, algunas provincias y hasta barrios de la Ciudad de Buenos Aires en "tierra de nadie".

La administración Kirchner, que inició su gobierno en 2003, también tiene una inclinación poco saludable a no rendir cuentas de sus actos, y cierta jactancia y soberbia intelectual que, salvando las distancias, contribuyó a llevar a la Argentina al desastre en los '70.

Está claro también que los argentinos deben aumentar su nivel de protagonismo y participación ciudadana, porque su histórica tendencia al 'no te metás' explica parte de las miserias cotidianas.

El problema es que cierto ideologismo predominante en la coyuntura política actual considera que la participación ciudadana debe ser siempre para el mismo lado, y cuando la gente sale a reclamar, por ejemplo, seguridad, la convierte en casi "golpistas" o nostálgicos del pasado.

La gente quiere vivir tranquila, que los jueces no liberen a los chorros, que los hijos puedan crecer en libertad y con oportunidades.

Pero en cambio cada día el miedo va ganando la batalla, y la calle se va convirtiendo en zona liberada para que hagan y deshagan bandas de marginales y criminales, y los estudios jurídicos que se enriquecen gracias a ellos.

La Democracia argentina cumple 25 años. Es motivo de festejo. Pero la celebración recién podrá ser total cuando se la llene de contenido incorporándole las dosis necesarias de Justicia.