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Por Iván Damianovich
Néstor Kirchner y su muerte: el poder y el límite
27 de octubre de 2010
Néstor Kirchner se fue de este mundo prematuramente. Tenía por delante varios años de actividad política o incluso una nueva candidatura presidencial. Pero tras de sí tenía un camino recorrido sobre el filo, siempre cerca del abismo y cargado de vértigo.
Un camino que parecía no encontrar límites, sin mesura, lanzado provocativamente hacia delante y sobre la base de una necesidad permanente de construir poder.
Los últimos diez años de su vida lo encontraron en el lugar en el que las decisiones tienen tal trascendencia que involucran la vida, los sueños y los deseos de millones de personas.
Llegó casi sin poder al lugar de máximo poder. Se impuso a sí mismo construirlo a base de enfrentamiento y división. Una fórmula exitosa y hasta ponderada en muchos ámbitos, teniendo en cuenta la debilidad institucional que exhibía la Argentina posterior a la crisis de 2001.
Encontró así un estilo de concentración de poder, ensayado en la periférica Santa Cruz, y comprendió que sólo de ese modo podría mantener a raya a sus eventuales adversarios. Pero cuando éstos no eran claramente distinguibles, su mecanismo de acción los inventaba, hasta convertirlos en reales enemigos.
A este hombre, la Argentina le debe la recuperación económica sostenida, empujada por un inmejorable escenario económico internacional para las materias primas. La bonanza exterior supo ser acompañada por un modelo de tono neodesarrollista que funcionó en especial en los primeros años de su gobierno.
Pero, pese a todo el avance (y sobre el que la historia le asegura ya un lugar), el hombre que murió en el extremo sur de la Argentina ha dejado también otro legado. Kirchner fue una muestra cabal del modo en que ese poder, en apariencia sin límites, tiene un final. Y, pese a la condición humana que intenta rebelarse, ese final muchas veces es la muerte.
Es difícil imaginar el país de ahora en más. La inercia llevará a los dirigentes a repensar de qué manera se administra ese poder. Llegarán los cuestionamientos sobre los modos, las formas, los estilos y, en definitiva, la pregunta sobre la necesidad de modificarlo todo.
El límite humano es la muerte. El límite de Kirchner ha sido precisamente ése. El poder que supo construir no deja herederos. Fue de carácter personalista en un país egocéntrico.
La división, el permanente enfrentamiento y la crispación muchas veces innecesaria aparecen hoy también como retoños de aquel modo de entender el poder y la política. Estará en los dirigentes la capacidad de entender que ese modo de administrar el futuro del país ha quedado en el hombre que ha muerto.
Sólo la vida, la grandeza de su pueblo y la generosidad de quien ostente en el futuro el poder podrán hacer de la Argentina un país más grande.