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21 de noviembre de 2024
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Por Roberto Aguirre Blanco
Bicentenario y una TV de mayor a menor
19 de mayo de 2010
Casi 140 años menos tiene de vida la televisión con respecto a la patria, pero en sus casi 60 años de existencia dejó ya una impronta que también marca el pulso de una nación.

De una televisión nacional a una privada con grandes logros y desarrollo a otra etapa de nacionalización a “punta de pistola” y una etapa contemporánea de manos privadas ligadas a monopolios, la caja chica parece ser “más boba que nunca”.

Esto es porque está lejos de aquellos primeros años de experimentación de 1951 hasta los sesenta en el viejo Canal 7 donde se buscó una identidad propia y aún peleaba con armas de prehistoria con el furor de la radio.

La de hoy, llena de polémicas y cholulajes mediáticos, está a años luz de la década de oro de los sesenta cuando las manos privadas se hicieron cargo de los canales nuevos como el 9, 11 y 13 y le dieron a cada uno una identidad propia basado en estilos diferentes entre lo popular y lo clasista, sin perder el respeto por un público maduro y exigente.

Esa tendencia de calidad en blanco y negro se sostuvo hasta 1974 cuando el gobierno de Juan Domingo Perón decidió nacionalizar los tres canales y en mucho de ellos se entró en forma de “patota” y a punta de pistola, muy típico de los años de violencia pura en el país.

La Dictadura militar no le dio mejor imagen, por más que pintó de colores las pantallas en el mayor cambio tecnológico hasta la llegada en estos días de la TV digital, y convirtió los tres canales ex privados en coto de cada una de las Fuerzas Armadas con listas negras y decadencia extrema.

En 1983, Alejandro Romay impuso a la justicia y recuperó su querido Canal 9 y le dio un estilo popular que lo diferenció del resto y lo hizo líder absoluto sobre los demás estatizados que siguieron sirviendo a los intereses de los gobiernos de turno.

El menemismo con su ola privatizadora abrió lo noventa con la entrega de el 11 y el 13 a dos grupos corporativos que pusieron todo su caudal para convertirlos en lo que son hoy, los canales líderes desde hace dos décadas.

Pero esas privatizaciones no hicieron que fueran mejores propuestas y si bien hubo y las hay, excepciones en calidad de programas de producción nacional, la base con la que está construida la TV nacional se sostiene en pilares como el humor “chabacano”, los escándalos mediáticos y la falta de control en las imágenes. Poco vuelo creativo.

Esa es una responsabilidad que le cabe tanto al Estado con un COMFER que brilla por su ausencia y no provoca una autorregulación de los propios canales y el sector privado que llega a cualquier extremo con tal de sumar un punto de rating.

En medio el canal estatal que siempre responde en menor o mayor calidad a los vientos del oficialismo de turno y a pesar de pregonar una verdadera televisión pública -- lo intenta por momentos con buenas artes-- se queda a mitad de camino por al presión de la misma política.

En este contexto, el actual gobierno tiene claro el valor de los medios de comunicación y ha lanzado una campaña, que más allá de la legitimidad de la nueva Ley de medios busca sostener una fuerte presencia en el mensaje con la misma vehemencia con al cual critica los ataques de los supuestos “grupos concentrados”.

En este juego de espejos se está a punto de dar una verdadera revolución tecnológica con la llegada de la TV digital y ya nada será igual.

Como en el país, el brillo de la superficie intenta apaciguar la realidad oculta que en la TV que dista mucho de ser buena en calidad y contenidos.

También aquí el Bicentenario tiene deudas pendientes con la gente. ¿Festejamos?.