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27 de diciembre de 2024
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Por Leonardo Coscia
Angustia familiar, la cara oculta de las alergias
La alergia a la proteína de la leche de vaca (APLV) es la forma de rechazo alimentario más frecuente en los primeros meses de vida. Afecta a entre 2% y 5% de los bebés, incluso a los que reciben solo leche materna
16 de septiembre de 2016
La alergia a la proteína de la leche de vaca (APLV) es la forma de alergia alimentaria más frecuente en los primeros meses de vida. Afecta entre el 2% y el 5% de los bebés y puede presentarse, incluso, en niños que reciben únicamente leche materna.

Además de poner en riesgo de malnutrición y generar problemas en el desarrollo, la APLV también repercute a nivel emocional. El acompañamiento del pediatra y lograr una buena red de contención (pareja, familiares, amigos, entre otros) ayuda a calmar la ansiedad de la mamá y le permite establecer un vínculo de apego seguro con su hijo.

En el marco del Simposio de Alergias que organizó Nutricia Bagó, para profesionales de la salud, se debatió desde la prevención hasta el tratamiento de la Alergia a la proteína de la leche de vaca (APLV).

Uno de los temas principales, se basó en que la etapa del embarazo suele ser vivida por la futura mamá como un momento lleno de expectativas e ilusiones. Por eso, la aparición de cualquier problema en la salud de su bebé le genera mucha angustia; y más aún si está relacionado directamente con la alimentación.

En este sentido, la alergia a la proteína de la leche de vaca (APLV), una condición que afecta del 2% al 5% de los bebés, y que si no se diagnostica a tiempo puede generar problemas en el desarrollo normal del niño, es una patología con un alto impacto familiar.

“No hay bebé sin mamá y la aparición de la APLV, que hace que el niño tenga síntomas muy molestos o rechace directamente el alimento, complica el vínculo seguro con una madre que lo acaba de llevar a casa y cree que no va a poder atender todas sus necesidades”, describe María Seitún, Licenciada en Psicología, Coordinadora del equipo de Psicología de Niñez y Adolescencia del Centro Médico Domingo Savio, San Isidro, quien agrega: “Cuando el vínculo de apego se complica, deja de crecer pero no sólo porque no aumenta de peso, sino porque deja de interactuar. La mamá ya no es un sostén seguro y la situación se vuelve compleja para los dos”.

La APLV es una reacción desmedida del sistema de defensas del organismo frente a un compuesto de la leche, y puede presentarse incluso en niños amantados exclusivamente. Según los expertos, está aumentando en todo el mundo debido al mayor número de cesáreas, una disminución de la lactancia materna y el uso temprano de antibióticos, entre otras causas.

Erupciones cutáneas, diarrea frecuente, heces con sangre, rechazo alimentario, reflujo o incluso problemas respiratorios, son algunos de los síntomas más frecuentes de esta enfermedad, que altera la vida de los más chiquitos e impacta en las familias, pero que con un diagnóstico correcto a tiempo puede ser bien manejada.

El tratamiento básico consiste en una dieta de exclusión que debe realizar la madre evitando cualquier producto que contenga la proteína de la leche de vaca que predispone a la alergia.

Cuando los síntomas permanecen o se presentan en niños que ya no son amamantados, la solución es el uso de leches de fórmula para bebes con proteínas hidrolizadas, o sea en un estado que no provoca alergia, que es bien tolerada por el intestino del bebe y no pierde sus propiedades nutricionales.

Seitún señala: “Se necesita un gran sostén para las madres que viven esta situación con sus hijos. Por eso, el pediatra tiene un rol fundamental. La mamá no sólo lo va a ver buscando una solución, sino que además pretende que la acompañen. Eso la ayuda a recuperar la confianza. Una madre angustiada y mal dormida tendrá problemas, a su vez, para calmar a su bebé”.

Coincide con ella Martín Bozzola, Especialista en Alergia e Inmunología Infantil y Jefe del Servicio de Alergia Infantil del Hospital Británico, quien además hace hincapié en la importancia del diagnóstico temprano, no sólo para mejorar el pronóstico de la enfermedad del niño, sino también para ayudar a reducir la angustia familiar.

“Para un buen diagnóstico el pediatra tiene que empezar con algo que es fundamental en medicina: el armado de una historia clínica en profundidad, en donde lo que tiene que hacer es, básicamente, escuchar. Los padres tienen mucho para decir y llegan con una carga emotiva muy grande. Una reacción alérgica se vive de una forma muy particular”, asegura.

Y concluye: “A partir de lo que nos cuenten decidiremos qué métodos de diagnóstico complementarios necesitamos para confirmar o descartar la enfermedad. Ése es nuestro principal objetivo. Sólo un buen diagnóstico nos permitirá darle al paciente y su familia el mejor de los tratamientos”.