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27 de diciembre de 2024
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Alerta por alergia a la proteína de la leche de vaca
Al menos dos de cada 100 niños desarrollan una reacción inmune adversa al alimentarse con leche vacuna. Pero a menudo los síntomas se confunden con otras afecciones, lo que dificulta el correcto tratamiento. Ello puede incidir inclusive en el crecimiento del niño.
4 de julio de 2014
La alergia a la proteína de la leche de vaca (APLV) es una de las alergias alimentarias más frecuentes en los primeros meses de vida. No obstante, a menudo es difícil de detectar y no se diagnostica, por lo que los pequeños sufren síntomas respiratorios, gas-trointestinales y cutáneos sin recibir tratamiento adecuado.

Así lo aseguraron especialistas reunidos en el 4to. Simposio Internacional de Alergias Alimentarias, que se acaba de realizar en la ciudad de Buenos Aires auspiciado por la Facultad de Medicina de la Universidad del Salvador (USAL).

El Dr. Christian Boggio Marzet, médico pediatra gastroenterólogo y coordinador del grupo de tra-bajo de Gastroenterología y Nutrición Pediátrica del Hospital General de Agudos “Dr. Ignacio Pirovano”, explicó que “la alergia a proteína de leche de vaca se define como una reacción adversa a la proteína de la leche de vaca (PLV) mediada inmunológicamente”.

La alergia alimentaria consis-te en una reacción inmune “errónea” para defenderse de las proteínas que se consideran “enemigas” presentes en determinados alimentos. Y dado que durante el primer año de vida la primera proteína a la cual se enfrentan los bebés (con o sin lactancia materna) suele ser la proteí-na de la leche de vaca, esta constituye la forma de alergia alimentaria más frecuente en los lactantes.

Su prevalencia oscila entre 2 y 7,5% ; la mayor cantidad de casos de APLV se concentra en el pri-mer año de vida, y la frecuencia de aparición va disminuyendo conforme aumenta la edad de los pacientes. “Mientras en el 50% de los casos la alergia se resuelve espontáneamente alrededor del año de vida, un 48% de los afectados la sufre hasta los tres años de edad, y el 2% restante continúa manifestando signos alérgicos a la APLV durante más tiempo”, aseveró.

No obstante, uno de los problemas es diagnosticarla en forma correcta, ya que sus síntomas pueden confundirse fácilmente con otras condiciones. “Un estudio que realizamos mostró que el diagnóstico tarda, en promedio, seis meses. La edad promedio de diagnóstico es de 10 meses, y cuanto más tarde se detecte mayor impacto hay en el crecimiento ”, reveló el especialista.

La APLV puede tener una gran diversidad de manifestaciones, de leves a severas, tales como erupciones cutáneas, vómitos, diarrea, cólicos y llantos intensos. Asimismo, afecciones como la esofagitis eo-sinofílica (que se presenta con vómitos, regurgitaciones, irritabilidad y dolor abdominal), y la enfermedad por reflujo gastroesofágico (ERGE), pueden deberse a esta alergia.

Según el Dr. Boggio Marzet, para el diagnóstico de la APLV se deben tener en cuenta tres puntos: la sospecha diagnóstica según los síntomas e historia clínica, la eliminación de la leche de vaca de la alimentación (‘dieta de exclusión’) y el ‘desafío alimentario’, es decir, dando al niño alimentos con PLV a fin de comprobar si se produce la reacción alérgica. También se pueden realizar estudios para detectar anticuerpos IgE en sangre que denoten APLV; una prueba cutánea ("prick") y otros tests de alergia, aunque ninguno de estos parámetros de laboratorio ni cutáneos son 100% sensi-bles y específicos.

Por eso “la presencia de síntomas clínicos cobra sobrada importancia ante la sospecha clínica de APLV”.

Además, el Dr. Lucio González, médico gastroenterólogo infantil del Hospital de Niños de San Jus-to, consignó que “cuando hay una sospecha fuerte de que el niño sufre APLV, hacemos el diagnóstico a través de la prueba de exclusión y desafío: durante 3 o 4 semanas se excluyen todos lácteos de la dieta del niño, y si es alimentado con leche materna, también se excluyen lácteos y derivados de la dieta de la mamá, ya que la proteína puede pasar a través del pecho”.

El diagnóstico oportuno posibilita el tratamiento, que principalmente apunta a evitar el alergeno mediante una dieta estricta sin leche vacuna. Y dado que los lácteos aportan nutrientes necesarios para el crecimiento, es preciso reemplazarlos con fórmulas infantiles hipoalergénicas especiales. Otro estudio mostró cómo, al año de tratamiento con dichas fórmulas, los pequeños con APLV crecían tanto como los niños sin APLV.

Al respecto, el Dr. González comentó que “hecho el diagnóstico, si el bebé es menor de seis meses y se alimenta de pecho exclusivamente, el tratamiento consiste en eliminar todo lácteo de la dieta de la madre y darle a ella un suplemento de calcio. Si el bebé se alimenta con fórmulas infantiles, hay fórmulas especiales a base de aminoácidos o a base de hidrolizados extensos de proteínas, que se indican según el tipo y la severidad de síntomas que presenta el niño”.

Por su parte, el Dr. Boggio Marzet explicó que “el tratamiento de la APLV es un desafío, dado que debemos tener en cuenta la edad del paciente al momento de definir la mejor opción terapéutica. Entre las medidas que podemos adoptar es fundamental suprimir las proteínas causantes de la enfermedad".

"En el caso de los niños alimentados con la lactancia materna (con o sin complemento de fórmulas), la eliminación de la PLV en la dieta de la madre por tres o cuatro semanas es una intervención de implementación relativamente sencilla. En el caso de los niños alimentados exclu-sivamente con fórmula, o en aquellos con cuadros clínicos más severos, hay que considerar reemplazar la fórmula de alimentación del paciente para disminuir la posibilidad de pérdida de peso y de los síntomas asociados. En este sentido, la elección de la fórmula de reemplazo es crítica, dado que se debe escoger una formulación que tenga la menor probabilidad de reacción alérgica cruzada con la PLV y que además nos garantice inocuidad, adecuada nutrición, eficacia y seguri-dad”, dijo.

La dieta de exclusión de PLV (tanto para el niño con diagnóstico confirmado como para la madre que amamante un niño con diagnóstico de APLV) debe evitar todo alimento que la contenga. Se deberán evitar tanto los alimentos derivados de la leche como aquellos que puedan asociarse a contenido de PLV tales como: aromatizante, caldo deshidratado, grasa animal, caseína, aditivos espesantes (caseinatos), lactoalbúmina, fosfato de lactoalbúmina, lactoglobulina, lactosa, crema, suero lácteo, turrón y otros.

Algunos productos que pueden contener de manera “oculta” PLV son: purés y sopas, fiambres, embutidos, frituras y tortillas no elaboradas en casa, postres, picadillos y patés, productos de panadería, cereales enriquecidos, algunas margarinas, aderezos de ensaladas y mayonesas, y pastas rellenas.


Cómo se manifiesta

La mayoría de los bebés que padecen APLV sufren síntomas como llanto, erupción cutánea, di-arrea, cólicos, sibilancias, vómitos o sueño inquieto de un momento a otro. Las principales manifestaciones pueden ocurrir a nivel del tracto digestivo (50%-60%), en la piel (50%-60%), y el tracto respiratorio (20%-30%) . Los síntomas pueden variar de leves-moderados hasta severos. Los síntomas pueden aparecer después de horas o días tras la ingestión de leche de vaca.

En lo inmediato puede aparecer desde picazón (prurito) ligero, edema y hormigueo en labios, len-gua, paladar o garanta hasta hinchazón de los labios y boca, hasta llegar a hinchazón de la mucosa faríngea. El solo contacto de la leche sobre la piel puede producirle enrojecimiento. Inclusive, en raros casos puede aparecer urticaria, rinitis, conjuntivitis, asma o anafilaxia, especialmente si con-tinúan con la ingesta de proteína de leche de vaca. En el tracto gastrointestinal, los síntomas pueden involucrar vómitos, cólicos abdominales, náuseas y diarrea.

La APLV puede causar retardo en el vaciamiento gástrico, disritmias gástricas, vómitos reflejos o aumentar los síntomas del reflujo, lo que constituye un tipo secundario de reflujo gastroesofágico. Puede asociarse con poco aumento de peso, irritabilidad y rechazo del alimento, y es más frecuen-te en el primer semestre de la vida.