El papa Francisco dejó en Brasil un mensaje cargado de profundidad, que impactó en la región y el mundo no solo por su contenido sino por su fuerte contraste con los habituales discursos de la clase dirigente
Jóvenes, niños, ancianos, políticos, dirigentes sociales, obispos. Todos, a su medida, fueron receptores del mensaje revolucionario que dejó Francisco durante su viaje a Brasil. Un mensaje cargado de sencillez y profundidad, que impactó en la región y el mundo no sólo por su contenido sino por su fuerte contraste con los acostumbrados discursos de la clase dirigente.
A los jóvenes los envió a hacer lío, nadar contracorriente, convertirse en hombres y mujeres que anuncien el evangelio sin miedo y de un modo militante. A los ancianos les pidió que hablen. Que asuman el coraje de transmitir la sabiduría de la experiencia y se conviertan en la reserva espiritual de los pueblos.
A los niños les prodigó todo el afecto personal que pudo. Fueron los elegidos para el abrazo y la caricia. De modo especial llamó a protegerlos y garantizarles un mundo que los conduzca por caminos de justicia.
A la dirigencia política le exhortó trabajar en el diálogo por el bien común, la erradicación de la pobreza y la lucha contra la corrupción.
A los sacerdotes y obispos los invitó a abandonar los lujos, la autorreferencialidad y los anhelos de grandezas. Más bien los interpeló de modo especial y les pidió coherencia de vida así como compromiso con los más pobres para que éstos se conviertan en los “invitados vip” de las parroquias.
Salir a la calle, ir al encuentro de los que están sufriendo o van camino del descarte en la maquinaria social en la que se ha convertido el mundo actual. Animarse a incorporar a todos sin distinción, dejando de lado la tentación de la indiferencia y el desamor.
Y todo con capacidad de celebración. Alejado del luto, del encierro, de la noche oscura en la que ingresó la sociedad y la Iglesia misma.
Francisco, el Papa argentino, ha puesto el mensaje de la periferia en el centro de la mesa. Ha colocado sobre el altar los desafíos del mundo moderno. Han quedado esbozados frente a millones de jóvenes llegados a Brasil de todas las regiones del planeta. Y han quedado grabados en el corazón y la memoria de otros tantos millones que, a la distancia, compartieron con Francisco, el entusiasmo de soñar que un mundo más justo, inclusivo y solidario es posible.