Las últimas horas de Joseph Ratzinger como Papa han dejado definiciones importantes sobre el futuro de la Iglesia que no deberían ser desoídas por quienes aspiren a continuar su legado
El papa alemán, que sorprendió al mundo al admitir humildemente su falta de fuerza para continuar en el trono de Pedro, expresó su deseo de convertirse en un peregrino dispuesto a iniciar el último viaje de la vida. Desde el balcón de la residencia de Castelgandolfo agradeció el acompañamiento de los fieles, les prodigó un afectuoso saludo y les aseguró que continuará trabajando por el bien de la Iglesia, refugiado en la oración y la contemplación.
Posiblemente, la próxima noticia que llegue a conocerse de Joseph Ratzinger sea su muerte. Difícilmente el ahora “papa emérito” vuelva a aparecer ante el mundo. Tal vez algún escrito, alguna definición en particular pero no mucho más. Todo indica que el hombre que llegó a Papa casi sin quererlo ahora se replegará y dedicará sus últimos tiempos al servicio silencioso de la Iglesia. Su retiro es en sí mismo un mensaje. En un mundo donde los que tienen el poder, la admiración o la aprobación de multitudes eligen perpetuarse excediendo todo límite, este hombre ha elegido, desde una absoluta libertad y lucidez, otro camino. Y ese mensaje es precisamente revolucionario.
Ratzinger ha dejado también un mensaje a los cardenales. En su último encuentro, ante quienes prometió que obedecerá fielmente al próximo pontífice, les dirigió un mensaje claro de unidad. “Deberían ser como una orquesta, pese a todas las diferencia deberían encontrar una "armonía al unísono". El legado de Ratzinger no podrá medirse en lo inmediato. Parte de la Iglesia, en especial la Curia Romana, habrá de desentrañarlo adecuadamente. Tendrá la responsabilidad de comprender las últimas palabras del Papa y los signos que revelan que la humildad y el estricto apego al Evangelio son la vida, el sentido y el futuro de la Iglesia.