El alemán Joseph Ratzinger jamás se propuso emular, reemplazar o sustituir a su antecesor. El Papa teólogo se abrió paso a su modo, con menos estridencias y por momentos desaciertos políticos
La renuncia de Benedicto XVI a la Cátedra de Pedro ha conmovido a la Iglesia y al mundo.
En verdad, se trata de un acontecimiento infrecuente en la historia eclesial aunque no por eso del todo sorpresivo. Joseph Ratinzger ya era anciano cuando accedió al papado hace casi ocho años y no fueron pocos los que afirmaron en su momento que sería un papa de transición.
Más aún, pesaba sobre él la fuerte carga de suceder a Juan Pablo II, quien acaba de fallecer al cabo de 25 años de pontificado que cautivó al mundo.
Ratzinger jamás se propuso emular, reemplazar o sustituir a su antecesor. Eligió, en cambio, un camino en apariencia menos atractivo para los medios de comunicación, que en mayor medida exigían de él un rock star acorde a las necesidades del mercado.
Sin embargo, el Papa teólogo se abrió paso a su modo, con menos estridencias y por momentos desaciertos políticos que pretendieron magnificar luego con el objetivo de desprestigiarlo.
Su pontificado fue inicialmente marcado por la denuncia al relativismo moderno. Tuvo la audacia de decirle al mundo que ese relativismo desembocaba en la desintegración del propio hombre, que excluía a Dios de la historia y que provocaba un vacío donde sólo reina la angustia y la desesperanza.
Pero fue más allá y puso como eje prioritario de su ministerio la reunificación de los cristianos. El papa anciano, que llegó a Roma para un papado transitorio, colocaba en la agenda de la Iglesia una de las cuestiones primordiales en el legado de Jesús: que todos sean uno.
Así, avanzó en la invitación formal y la reapertura de Roma para los anglicanos, muchos de los cuales están retornando a la Iglesia tras siglos de separación. Avanzó también con una política abierta y tendiente a la reincorporación de los lefevbristas. Los mismos que él, durante el pontificado de Juan Pablo II, determinó que se encontraban fuera de la Iglesia al desconocer el Concilio Vaticano ll. Levantó su excomunión y les ofreció una prelatura personal que los propios cismaticos rechazaron. Valorable también fue su esfuerzo en reconocer a las iglesias orientales ortodoxas.
Durante la última Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, Benedicto XVI describió con extrema claridad que la división de los cristianos es un escándalo para los que se llaman seguidores de Jesús.
Su ministerio no estuvo excento, a la vez, de fuertes crisis que llevaron al propio pontífice a ponerse al frente y pedir perdón en nombre de la Iglesia. El caso más grave fue el delito por corrupción de menores por parte de clerigos que asestó un golpe durísimo a la institución. Fue Benedicto XVI quien propició encuentros con víctimas en cada uno de los países que visitó y estableció un regimen de tolerancia cero para con los pedófilos.
Pero tal vez el dato más importante en este aspecto sea la determinación de que los religiosos deban siempre someterse a la justicia, promoviendo así el fin del ocultamiento de los obispos, propablemente el pecado más grave.
Para abarcar, más profundamente el gesto final de Joseph Ratzinger como papa tal vez haya que remontarse al día en que fue elegido. Ante la multitud reunida en Plaza San Pedro, un hombre mayor, de aspecto timido y retraído se definía así mismo como un simple y humilde trabajador de la viña del Señor. La decisión de renunciar por falta de fuerzas no hace más que confirmar esa autodescripcion. En modo simple y humilde se retirará y dedicará sus últimos años de vida a la oración desde un monasterio. Precisamente, la vida contemplativa y la oración son la reserva espiritual de la Iglesia y él ha decidido colocarse en ese sitio, fundamental y silencioso.