Por Iván Damianovich
Las sorpresas que el Papa lleva bajo el brazo
25 de noviembre de 2010
¿Son tiempos revolucionarios los que vive la Iglesia? ¿Se ha modificado en algo el pensamiento de la institución en los últimos días? ¿Puede ofrecer este papa anciano alguna novedad para el mundo de hoy?
Todas estas preguntas y muchas más pueden escucharse en diferentes ámbitos públicos y privados desde que la palabra inusualmente coloquial de Joseph Ratzinger quedó registrada en un libro de reciente aparición.
Todas estas preguntas, también, encierran una doble respuesta. Una afirmativa y otra negativa. Lo que en apariencia podría tratarse de una paradoja, no lo es. Más bien se trata de una doble dimensión que se articula de un modo armonioso.
Las palabras del Papa que recoge el periodista Peter Seewald en el libro “Luz del Mundo”, son, antes que revolucionarias, reveladoras del pensamiento papal sin artificios. Expresan de un modo directo lo que, en sentido primigenio, piensa Ratzinger.
Ante la mirada de la prensa internacional, fuertemente condicionada por cierto prejuicio sobre la figura del pontífice, la referencia al preservativo aparece como un giro copernicano en el planteo de la Iglesia ante el problema de las enfermedades de transmisión sexual.
Si bien es cierto que ningún pontífice se había referido tan claramente a la cuestión, no menos cierto es que Ratzinger ha puesto de manifiesto lo que en la Iglesia lleva ya varios años de discusión. Años atrás, incluso uno encumbrado cardenal y papable durante mucho tiempo, el arzobispo emérito de Milán, Carlo María Martini, se había referido en similares términos al considerar el preservativo como el mal menor.
Simultáneamente, el vocero papal, el jesuita Federico Lombardi, salió a aclarar que “no hay nada de revolucionario” en las palabras del papa alemán. Así, dejó en claro que la postura de la Iglesia frente al problema del Sida es, en definitiva, la de siempre: el preservativo no es el único método para evitar la propagación de la enfermedad.
Entre tanto, el libro en cuestión ha dejado otras importantes impresiones que revelan, a su vez, que el calificativo de “papa conservador” que pesa sobre Ratzinger no se ajusta necesariamente a la realidad.
Benedicto XVI expresa sin medias tintas que no dudaría en renunciar a la cátedra de Pedro si su salud le impidiera seguir gobernando la Iglesia, lamenta haber levantado la excomunión a un obispo negacionista del Holocausto, pone en tela de juicio la mentada “infalibilidad del papa”, pondera el servicio de las mujeres en la Iglesia, condena al fundador de los Legionarios de Cristo y sus encubridores, y valora el rol de los medios de comunicación que contribuyeron a revelar la realidad de los sacerdotes abusadores.
En definitiva, este Papa de 83 años, que llegó como un “papa de transición”, y sobre el que pesan no pocos escándalos en la Iglesia, ha sorprendido al mundo con referencias puntuales sobre los temas más conflictivos.
Entonces, son y no son tiempos revolucionarios. Un papa asume sin medias tintas los temas sensibles de la sociedad y abre puertas impensadas, lo que demuestra que el pensamiento de la Iglesia advierte modificaciones al mismo tiempo que en lo esencial y la doctrina permanecen inalterables.
Y, finalmente, el octogenario pontífice aparece públicamente con capacidad de sacudir al mundo moderno con un novedoso discurso.
¿Antiguo o moderno? ¿Rígido o flexible? ¿Inmutable o variable? ¿Tradición o aggiornamiento? Todo junto y sin contraponerse. Difícil de decodificar para un mundo binario y un desafío para los tiempos que vienen.