Por Iván Damianovich
Emociones en Roma
17 de marzo de 2009
Las altas esferas religiosas, en especial el Papa y sus colaboradores, suelen ser asociadas a un alto grado de teorización y abstracción de la realidad, alejadas del sentir cotidiano de la humanidad y preocupadas por despejar de sentimientos la doctrina o el magisterio.
Sin embargo, en los últimos días el mundo asiste a la filtración de las emociones en los pasillos vaticanos y el tímido Papa alemán aparece con un lenguaje simple, despojados de artilugios y capaz de conmover a muchos.
Cada vez que la Iglesia procura allanar los caminos del lenguaje para hacerse más clara y, así, procurar una mejor interpretación, logra captar una renovada atención.
En apenas tres meses, la Iglesia vio cómo obispos criticaban –en un hecho poco habitual- al Pontífice, laicos rechazaban decisiones controvertidas emanadas de Roma (como la reivindicación de los lefebvristas) y judíos tomaban distancia de un camino de acercamiento para deplorar acciones o dichos antisemitas.
El aparente frío y distante Joseph Ratzinger adoptó una postura inédita. A través de una carta explicó las razones de la polémica decisión, admitió la sorpresa y el dolor que le provocó y mostró un rostro humano pocas veces visto en un pontífice.
Apeló a términos como “tristeza” y “comprensión” para definir su estado ante el problema, y generó en poco tiempo la solidaridad o el entendimiento de muchos que lo criticaron.
Días atrás un obispo de Brasil excomulgó a la madre y los médicos que le practicaron un aborto a una niña violada de nueve años.
Al poco tiempo, desde el diario del Vaticano, un estrecho colaborador de Ratzinger apeló en un artículo a la falta de misericordia que conlleva ese tipo de decisiones cuando no se contempla, primero, la realidad más urgente y la compasión que impone el Evangelio.
En una suerte de mirada crítica de la Iglesia, el prelado, Rino Fisichella, presidente de la Pontificia Academia para la Vida, señaló: "Antes de pensar en una excomunión era necesario y urgente salvaguardar su vida inocente y volver a llevarla a un nivel de humanidad del que nosotros, hombres de Iglesia, deberíamos ser expertos anunciadores y maestros".
“Comprensión”, “misericordia”, “perdón”, “tristeza”, “amistad” son palabras habituales en el léxico eclesiástico pero poco frecuentes en primera persona de la jerarquía.
En definitiva, un baño de emociones o la transparencia de algunos sentimientos parecen efectivas a la hora de contagiar vida entre los fieles o incluso sobre aquellos que no comparten la misma fe.
Las lecciones de los últimos tiempos revelan que compartir la experiencia humana hermana y, muchas veces, eleva a lo divino.