Por Iván Damianovich
Dios, la máquina y el hombre
10 de septiembre de 2008
Con asombro, perplejidad y desconocimiento colosal, el mundo se asoma a su pasado primario de la creación y, a través de la ciencia, busca recrear el “soplo” inicial que determinó el devenir de lo que existe.
Para dolor de cabeza de parte de la comunidad científica, el espectacular experimento fue denominado “La Máquina de Dios” y tendrá por objeto demostrar algunas de las condiciones que existieron en el universo inmediatamente después al Big Bang.
¿En qué se unen en todo caso Dios, la máquina y el hombre? Pese a que se trata de ámbitos distintos, con naturalezas claramente distinguibles, en rigor el mundo vuelve sobre un planteo primigenio y siempre vigente en el que los alcances de la ciencia y la fe recobran viejas disputas.
Desde la ciencia se procurará alcanzar –a través de la aceleración al máximo de partículas- una instancia en la que sólo la materia existía y no había testigos para describirla. De funcionar, la recreación nos transportará hacia un momento desconocido y nuevo, que seguramente aportará reveladores datos para enriquecer nuestra cosmovisión.
Y, en simultáneo llegarán los cuestionamientos sobre la existencia de Dios en aquel primer momento o previo a él: las afirmaciones sobre lo azaroso y/o caótico de lo sucedido o las tesis teológicas que procuren demostrar mediante la razón el orden en el que todo fue hecho y la mano creadora que en un determinado momento no biológico provocó todo lo que vino.
Con todo, “La Máquina de Dios” es en realidad la abnegada necesidad del hombre por indagar, investigar y superar todo límite aparente. Y como siempre, habrá un momento de silencio, perplejidad y cuestionamiento que conducirá al hombre a las preguntas que nos acompañan desde que habitamos este mundo. Mientras tanto, jugamos a ser Dios.