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Por Garbiela Granata
Malvinas: nuestras aunque nos exijan pasaporte
4 de octubre de 2009
Enviada especial a las Islas Malvinas

Al llegar a las Islas Malvinas es imposible no conectar la memoria con la guerra. No se trata sólo de competencia cultural, posición política o recuerdo más o menos reciente.

El vuelo de LAN Chile llega a un aeropuerto militar con nombre inglés, Mount Pleasant, y la aridez del paisaje aparece interrumpida por el relieve de un avión de guerra, uno de los que se utilizó en el conflicto bélico de 1982.

Es difícil eludir la amable invitación a subir a los vehículos verdeoliva -en un inglés impersonal- para recorrer el camino de ripio salpicado de alambre de púas enrrollado para delimitar territorio, que conduce hasta el cementerio argentino de Darwin donde, recién allí, habrá algún cartel en castellano.

¿Es posible acaso comparar el frío impiadoso que aún en el comienzo de octubre azota el paraje con aquel clima del otoño de 1982?

Más fácil en cambio, es entender la necesidad de los familiares de reencontrarse con el dolor de la pérdida. Rodilla en tierra, mirada en alto, llanto silencioso o conversación con el ausente, cada uno encontró su forma de cercar la tristeza, cercando las causas.

Las autoridades británicas del gobierno de las Islas siguieron toda la ceremonia, acompañaron y consolaron a los familiares.

Colaboraron en la instalación de carpas, en la provisión de café, sopas, galletas. Allí se produce entonces el intercambio y la fractura entre quienes hablamos de Puerto Argentino cuando nos menciones Port Stanley, aunque todos recurren al impersonal "Islas, Islands" para evitar el "Malvinas o Falklands".

El momento más duro es el momento de la partida. Cuando dejan ese lugar de emoción para regresar al aeropuerto, última señal de ese territorio en el que habrá que mostrar pasaporte para poder salir.
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