Por Garbiela Granata
El poder que no puede controlar todo
10 de mayo de 2007
Los 2.600 kilómetros que separan a Río Gallegos de la ciudad de Buenos Aires se convirtieron en un abismo que comenzó a deconstruir la idea del control de poder remoto.
Santa Cruz pasó de ser la provincia de “pingüinos y pingüinas” presidenciables a un campo de muestra de que los problemas sociales y políticos no se barnizan con indicadores positivos de la economía nacional. Y un imán para analizar el ejercicio y la construcción del poder.
La renuncia del gobernador Carlos Sancho es una pieza que salta a presión por la obturación de las vías alternativas de ejercicio político. No hay paleta de colores en Santa Cruz, no hay arco opositor: hay oficialismo u oposición, para los términos que plantea el poder K que cubre con el mismo paño cualquier atisbo de diferencia.
Sólo en los últimos meses hubo un muestrario: la precoz renuncia del gobernador Sergio Acevedo, cuando mostró un amague de independencia del poder emanado de la Casa Rosada, leyes “ad hoc” para evitar que se desparramara la crisis de los trabajadores petroleros, la intervención del Gobierno –sí, en Santa Cruz lo hizo- para tratar de destrabar el conflicto docente, las inéditas movilizaciones en la provincia de las últimas semanas.
¿Cuánto le falta crecer a la dirigencia política para dejar de buscar rédito en la disputa como forma de acumulación? Las grietas del poder no se pueden llenar con negaciones.