Los últimos dos meses han sido lamentablemente prolíficos en episodios de aparente corrupción gubernamental. Hay suficiente material para descalificar las acciones oficiales al menos por tardías, oscuras y hasta ridículas
Los últimos dos meses han sido lamentablemente prolíficos en episodios de aparente corrupción gubernamental. Aparente es una palabra que concede el beneficio de la duda hasta que se expida la Justicia. Sin embargo en todos los casos ocurridos hay suficiente material para descalificar las acciones oficiales al menos por tardías, oscuras y hasta ridículas. El despido de funcionarios de muy alto nivel y la forma en que se lo hizo, debe entenderse como el reconocimiento de situaciones indefendibles, a pesar de las poco creíbles declaraciones oficiales, así como de la búsqueda de descomprimir las presiones mediáticas y eludir las consecuencias. Fue como desprenderse de lastre cuando el globo pierde altura. En el caso de la valija con dólares, el funcionario despedido cumplía responsabilidades importantes en la relación con Venezuela. Además era una persona muy próxima al ministro De Vido y al propio Presidente. En el caso de la bolsa en el baño, era nada menos que la ministra de Economía. Las balas comenzaron a pegar cerca.
La existencia de fuerte corrupción se hizo pública, casi como un reconocimiento oficial, cuando Roberto Lavagna, antes de renunciar – o de ser renunciado - denunció sobreprecios en las obras públicas. Esa situación, corroborada en el caso Skanska, ha sido profusamente reconocida en conversaciones privadas de empresarios y profesionales de actividades relacionadas con el estado, que han trascendido a los medios. Se dice que los “retornos” son el caso común en adjudicaciones de obras, compras, pagos, y subsidios. Esto sucede a pesar que nuestro gobierno ha incorporado organismos anti corrupción y ha suscripto convenciones internacionales para combatirla (recomiendo leer “La corrupción supera las defensas” de Carlos Manfroni, en nuestro sitio web). En este contexto no debe extrañar que comiencen a emerger más casos a la superficie, ya sea porque los inspectores de la AFIP, los policías del Ministerio o los guardias de aduana pierden el miedo, o perciben el cambio, o porque se multiplican las venganzas y movidas.
Lo que acontece descalifica moralmente a este gobierno y se suma a otros hechos, como el falseamiento de los índices del Indec, el uso de recursos del estado en la campaña electoral y la compra desembozada de adhesiones políticas. Ahora bien: Lo que entendemos que es una descalificación moral, ¿es reconocido de la misma forma por la mayoría de la población? ¿Podría derrumbar las posibilidades electorales de Cristina Kirchner? No hay seguridad de que estas cuestiones sean ponderadas debidamente por una parte importante de los votantes. Lamentablemente muchas personas subordinan lo ético y moral a intereses o cuestiones de menor jerarquía. No de otra forma se explica, por citar un caso deportivo, la admiración casi indiscutible por el gol con la mano de Maradona. Recordemos además de Cambalache, “el que no roba es un gil”, que está en la línea con “roba pero hace”, bastante aceptado por un segmento importante de nuestra sociedad. Esta realidad cultural que podría llevar al desaliento, sólo podrá corregirse mediante un permanente esfuerzo educativo y formativo. La calidad moral de nuestros gobiernos y dirigentes, así como su capacidad para hacer un país mejor, dependerá del nivel moral, cultural e intelectual de la sociedad. Un gobierno honesto y eficaz será en definitiva consecuencia de un pueblo mejor que pueda y sepa elegir a los mejores. Sin bolsas, valijas ni retornos.