La secretaria general del Comité Nacional de la UCR destaca el significado de la llegada de la dirigente socialista a la presidencia de Chile
Con una mano en el pecho –como quien llega para entregar su corazón- saludaba Michelle Bachelet desde el balcón a la muchedumbre bulliciosa reunida en la Plaza de la Constitución, cuando se empezaron a escuchar los acordes del Himno Nacional de Chile.
Humilde frente a su pueblo, habló con palabras sencillas que, sin embargo, no le hicieron perder ni un poco de su fuerza. La heterogénea multitud la aclamaba y ella saludaba sonriente. Millones de papelitos cayeron desde las ventanas de los altos edificios del centro de Santiago. Y un aplauso cerrado, unido, estruendoso, sonó ante la intencionada mención de Ricardo Lagos. No recuerdo haber visto nunca antes otra despedida de un presidente como éste.
Cuando el ansia de perpetuidad y omnipotencia carcome la gestión en todos los despachos públicos, Lagos eligió despedirse con su popularidad en los máximos niveles.
Se lleva el triunfo de la consolidación democrática como tercer presidente de la Concertación que ha derrotado el régimen pinochetista y que finalmente abre el paso hacia las profundas transformaciones de la cultura política que todos avizoran producirá la nueva Presidenta.
Habló ella con un lenguaje llano y auténtico, de la unidad, de la patria inclusiva y el proyecto colectivo, invocó el pasado con una clara mirada hacia el futuro. Anunció el gobierno de la ciudadanía, con el afán puesto en los niños y en los jóvenes y la eliminación de todo rastro de desigualdad.
Frente al pragmatismo sin valores, refrescaba oír hablar de sueños de justicia. “Sueño con un país donde la riqueza, el poder y las oportunidades estén equitativamente repartidas entre todos, y que no sean privilegio de sólo algunos”, ha dicho.
Bachelet no hace promesas vacías ni augurios desmedidos. Promete, en cambio, trabajar sin descanso. Trabajar para su pueblo, para tener “una patria más humana”.
Se advierte su fuerte personalidad, su historia de dolores sin flaquezas. Recuerda a su padre, militar muerto por su oposición a la dictadura y repite, como Lagos que “no hay mañana sin ayer”. Su actitud de grandeza, despojada de revancha, pero con la claridad de quien reivindica la memoria y la verdad para construir un futuro con grandeza, marcan también el sueño del pueblo chileno que la ha elegido para abrir ese camino.
Y la sobriedad de su presencia y su discurso también representan el sentimiento colectivo. No hay soberbia ni atisbo alguno de agresión hacia los recientes adversarios en la contienda electoral. Así vive su triunfo esta nación hermana, altas cumbres de por medio.
Hay una nueva forma de entender la política, un nuevo tiempo para trabajar y pensar en el futuro. Ella, Michelle Bachelet, ha surcado velozmente los tiempos y lugares, como una verdadera lídereza democrática, nunca atrás de su pueblo, sino adelante, abriendo camino, o a su lado, interpretando y acompañando, para hacer de la política el más perfecto instrumento de transformación para los pueblos.
Consultada una de las tantas mujeres que, en la plaza, agitaban banderas nacionales vivando a la nueva Presidenta, dijo a la televisión: “Ella es como nosotras”.
Así es. Michelle Bachelet, Presidenta de Chile, no es sólo una mujer. Ella es todas las mujeres.