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Por Federico Baraldo
Verdad a medias o nada
12 de octubre de 2010
Ya se sabe. El Poder Ejecutivo está empeñado en ocupar cuanto espacio mediático pueda. Si está libre, bien. De lo contrario hará lo posible por desplazar al que lo ocupa. Su visión del poder no admite la competencia y mucho menos la crítica. En consecuencia, como el sistema de comunicaciones del Estado - Canal 7, Radio Nacional con su AM y FM´s y la agencia de noticias Télam - convertido en aparato de propaganda del gobierno alcanza a una porción reducida de la población, hay que apelar a otras alternativas.

Nacieron así los grupos de medios de comunicación regenteados por un empresario afín al oficialismo. Una serie de diarios y revistas creados para salir al cruce de sus pares tradicionales. No alcanzó. El segundo paso fue el desembarco en radios que se pusieron al servicio del mismo fin.

No fue suficiente. A la televisión entonces y -para coronar la estrategia de cobertura de espacios- el fútbol para todos inundado de mensajes oficiales, la Ley de Medios y el embate sobre Papel Prensa, que simbolizan la molesta presencia del Grupo Clarín, acompañado por "La Nación".

Como era de esperar, hay éxitos y fracasos. Los medios gráficos - en general - no llaman la atención del lector de diarios, con excepción del que profesa el credo gubernamental. Más impacto tienen los programas de radio y TV, que ingresan más de una vez sin elección previa en la atención de quien los consume. Así y todo, no alcanza. Hay que inundar el aire.

Y apareció una alternativa, ignorada por lo novedosa hasta hace muy escasos meses. Nada más ni nada menos que el Twitter, sin parentesco alguno con un canario, que se ha convertido en la última moda de la comunicación política. Y aquí vale dedicarle un segundo a la reflexión. ¿Qué alcance verdadero tiene este sistema? ¿Tiene sentido práctico que un Jefe de Estado o un Ministro dedique parte de su escaso y eventualmente valioso tiempo para comentar temas que le interesen o contestar a quien dijo algo que no le cayó bien?

Paso a paso. En primer término es una moda copiada del ejemplo que dio Obama durante su campaña. Para él, en ese momento, fue un instrumento valioso. No tanto por la cobertura persona a persona, sino por la repercusión que logró en los medios gráficos y audiovisuales. Este ejemplo ha inspirado, seguramente, a los comunicadores del gobierno local, que lo han adoptado como un sucedáneo a la escasa atención que suelen prestarle a los requerimientos de la prensa formal.

En esta razón encuentra su sentido. La Presidenta - per se o vía sus colaboradores - busca el mismo efecto y es necesario reconocer que lo consigue. Para bien o para mal, sus mini mensajes son prolijamente reproducidos por las agencias de noticias y los diarios. Algunos logran efectos positivos, otros exactamente lo contrario. Como todo, depende de quien lo edita y de quien lo lee. No obstante, conviene detenerse un instante en el rol protagónico que han alcanzado en muy escaso tiempo.

Con una lógica basada en el escaso tiempo que el ciudadano común dedica a la lectura, los usuarios de Twitter han descubierto que pueden producir proclamas sin fundamentos. Lanzar una frase estilo "piratas for ever", que no sería aprobada por ningún cultor del buen uso del idioma, tiene un efecto inmensamente mayor que una declaración sesuda y creíble. En definitiva, se puede pensar que esas tres palabras representan el sentimiento de millones de consumidores.

Visto así, es todo un hallazgo. No es nuevo, pues los slogans de la propaganda política suman miles de año. Antes del "Delenda est Cartago" ya se usaban y desde entonces hasta hoy, podrían llenar una biblioteca. Como ejemplos locales: "Federación o Muerte", "Ni yanquis ni marxistas", "Occidentales y cristianos", "Braden o Perón" y tantos otros.

La diferencia es que estos eran consignas de fácil comprensión y difusión inmediata. Los mini textos - por el contrario - pretenden convertirse en formulaciones superadoras de las consignas y ocupar el lugar que el político debería brindarle a responder a las preguntas que reciba de los periodistas, a las que rehúye sistemáticamente.

¿Cuánto durará esta nueva moda? No es posible adivinarlo. Bien utilizada, es una herramienta útil. Lo que hay que esperar, es que no se convierta en un hábito que banalice la realidad, al punto que se termine por no saber si se dice la toda la verdad, verdades a medias o nada.