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Por Federico Baraldo
Caminos a recorrer
26 de octubre de 2009
El mundo civilizado, en evolución permanente, señala rumbos de cambios formidables para los sistemas de comunicación y lectura en plazos que se miden por meses. Esto ocurre y supera fronteras y trabas, tales como las del régimen cubano y otros que se empeñan en bloquear el acceso a las novedades del mundo y gobiernos que desearían aferrarse al inmovilismo o desconocer las fronteras que abre el universo global.

El paper less, por ejemplo, es una posibilidad que alcanza grados que trascienden lo virtual. Para quienes han doblado la curva de los cuarenta, imaginar la lectura de los diarios sin apreciar el tacto del papel y la potencia de la tinta, genera alguna incomodidad. Cuanto más, desechar el aroma de madera y papel sumados al espectáculo de las bibliotecas pobladas de volúmenes, que serán más temprano que tarde reemplazados por un artilugio electrónico que reproducirá las páginas impresas.

Es natural. La resistencia al cambio es propia de la conducta humana y crece al compás de los años vividos. El proceso de adaptación será gradual, tanto como lo fué el abandono de los discos de vinilo en aras de los cassetes, reemplazados a su vez por los CD´s y el arrumbamiento de las caseteras para TV desplazadas por los reproductores de video informatizados.

Y no es lo único, pues el cambio continúa a una velocidad que deja poco margen para digerirlo. No se trata solamente de la desaparición programada de artefactos de alto costo por otros de valores comparables o superiores. Se refiere a la capacidad de los humanos comunes y de los especialistas, para asumir y comprender las ventajas o complicaciones que traen aparejadas su utilización.

Por eso conviene a veces detenerse en el análisis de los ciclos. Desde los signos rudimentarios que caracterizaron a los primeros mensajes escritos hasta la utilización del papel y la tinta por parte de los monjes copistas, transcurrieron siglos y la apertura al conocimiento extendido que brindó el invento de Gütenberg ocurrió hace - escasos - quinientos años.

Desde ese acontecimiento en adelante, transcurrieron casi tres siglos más para que llegara el telégrafo y a partir de allí, la irrupción de nuevos medios se midió por decadas hasta alcanzar en la actualidad una velocidad de vértigo. Puede sonar a exageración, pero basta mirar la oferta disponible en los comercios para darse cuenta.

De hecho, porciones cada vez mayores de la población acceden a las posibilidades que brindan equipos cada vez más accesibles. Ya hay más teléfonos celulares que líneas fijas en casi todo el mundo, con un desarrollo exponencial. Algo similar ocurre con la utilización de las facilidades - también crecientes - que brinda internet. Se pueden leer los diarios de prácticamente todo el mundo mediante una simple búsqueda en el computador. Por supuesto, la información disponible es enormente más amplia. Exagerando, se podría decir que el mundo transita a extrema velocidad y llega a quienquiera se tome el trabajo de buscar cualquier cosa sobre él.

La pregunta del millón es si esto es bueno o no. La respuesta concierne a un análisis concienzudo que aún nos deben los filósofos de la comunicación. Por una parte es maravilloso disfrutar de lo que cada persona elija desde un pequeño equipo hogareño, con la alternativa de buscar, bucear y encontrar casi todo lo que quiera. Por otro lado, acechan riesgos de magnitud, como él incentivo al desinterés por saturación de informaciones y hasta el fomento a una desalfabetización funcional, sumados al peligro de la manipulación.

Esto último no es nuevo. Forma parte de la historia de la estupidez humana y desde siempre - con medios rudimentarios o modernos - se ha tratado de sacarle provecho. Lo más importante es educar para evitar que la gente de buena fe caiga en la trampa y para que el que pueda aprenda a formar juicio propio en su beneficio y el de la sociedad.

Queda mucho por andar y como decía el poeta, asi se hará camino. En el interín, veremos más de un desaguisado.