Por Federico Baraldo
¿Son útiles todos los maquillajes?
4 de septiembre de 2008
De la nada a la inundación. Esa podría ser la impresión que el consumidor desprevenido de informaciones registre frente a la recurrencia de discursos presidenciales. A mi juicio és entendible, pues habituado al silencio del Poder Ejecutivo durante más de cuatro años, la presencia recurrente de su actual titular a partir de la ya comentada conferencia de prensa, implica un giro casi copernicano.
Tres señales de cable y el canal estatal difunden prolija y metódicamente las alocuciones que se producen casi a diario. Las obras o anuncios que los motivan rozan a veces el límite de la ingenuidad. Pavimentaciones de calles en el conurbano bonaerense e inauguraciones reiteradas en más de un acto público se mezclan con presentaciones de vehiculos y promesas de inversiones. Nada de esto está mal. Por el contrario, todo avance o mejora entrañan un fin positivo para la comunidad. La pregunta a formularse es si el impacto de tales presentaciones cumple con los objetivos de la estrategia que les dieron origen.
Aquí vale una reflexión. Todo pasa por los públicos más que por el mensaje. Los grupos convocados a los actos participan en general de buena fe y con genuino interés, pues reciben o eventualmente recibirán algún beneficio y además - como resulta comprensible - muy pocos habitantes de este suelo tienen la oportunidad de estar cerca de una figura como la presidencial, a la que se percibe lejana y casi mítica.
No necesariamente ocurre lo mismo con las audiencias filo-masivas. La televisión es una inmensa caja de resonancia cuyo impacto carece de la precisión que tienen los actos zonales. Referirse al ejercicio del zapping es más que un lugar común, con lo que resulta por lo menos riesgoso apostar al efecto que producen los discursos emitidos en una suerte de mini cadena nacional.
Por lo pronto, las entidades oficiales responsables de la comunicación gubernamental organizan la difusión en las señales referidas. Además, se ocupan de hacer llegar grabaciones y comentarios a cuanto medio de comunicación existe, con la instrucción de darle la máxima cobertura. Desde luego, la respuesta no es uniforme, pues por fortuna numerosos editores mantienen independencia y existen muchos - a veces demasiados - temas que saturan la agenda diaria.
La pregunta del milllón en este caso sería. ¿Es útil tanto esfuerzo? Como suele ocurrir, la respuesta no puede ser asertiva, pues algo se consigue y mucho se diluye. No obstante, sería conveniente que los estrategas de la comunicación oficial analizaran sus planes en desarrollo y evaluaran la inevitable controversia que se da entre el vacio del silencio y el riesgo de la saturación.
Una vez más, lo aconsejable sería el equilibrio. Alcanzarlo no es fácil.