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3 de diciembre de 2024
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Por Manuel A. Solanet
Kirchnerato, segundo acto
Se ha iniciado el segundo período del matrimonio Kirchner. La gestión de la nueva presidente tiene teóricamente la ventaja de una elección ganada en primera vuelta y cuenta además con mayorías propias en el Congreso
18 de diciembre de 2007
Se ha iniciado el segundo período del matrimonio Kirchner. La gestión de la nueva presidente tiene teóricamente la ventaja de una elección ganada en primera vuelta con un porcentaje razonable sobre la fuerza que le siguió, y cuenta además con mayorías propias en el Congreso. Estas dos condiciones no se le daban a su marido cuatro años atrás. Sin embargo, con la mirada puesta hacia adelante, no hay duda que era preferible aquel momento para iniciar un período de gobierno.

En mayo de 2003 la economía ya estaba en franca reactivación después de haber salido de un profundo pozo. Había exceso de capacidad productiva tanto en la industria como en la infraestructura y se podía crecer sin necesidad de hacer inversiones. El modelo del dólar alto permitía reactivar mediante la sustitución de importaciones y más exportaciones, y a su vez daba espacio para introducir fuertes derechos de exportación. Con este recurso y el retraso de salarios públicos y jubilaciones, se había logrado un rebosante superávit fiscal. Había caja para consolidar el poder político y para subsidiar a los servicios públicos manteniendo sus tarifas congeladas. Los precios agrícolas internacionales crecían sin cesar. Las tasas de interés en el mundo eran increíblemente bajas. Ingresaban dólares que el Banco Central compraba emitiendo pesos, que el sistema, que venía de una fuerte desmonetización, absorbía sin generar inflación. El alto desempleo inhibía los reclamos salariales. Por todas estas razones la inflación estaba totalmente dormida. En definitiva, la economía daba espacios para ser mejorada sin hacer nada extraordinario ni profundo.

Esos círculos virtuosos funcionaron muy bien hasta el año 2005. Pero desde entonces surgieron dificultades que fueron convenientemente movidas debajo de la alfombra. Pero ya emergen bultos en los que puede tropezar Cristina Fernández de Kirchner, por ejemplo: una inflación creciente; la crisis energética; el gasto público descontrolado; el debilitamiento fiscal; la insuficiencia de inversión; la mayor presión salarial; el aislamiento financiero con el resto del mundo, y otros muchos.
En mayo de 2003 Néstor Kirchner podía consolidar su poder sin más que apoyarse en la mejora inercial de la economía y del empleo. No necesitaba hacer populismo ni bajar a la demagogia del odio y la confrontación. Pero lo hizo. Adoptó el papel del revolucionario setentista bajo el rótulo de una política de derechos humanos que fue parcial y asimétrica, de tipo Bonafini-intensivo. Con esta vestimenta inhibió a gran parte del periodismo y de la intelectualidad de criticar la corrupción de su gobierno y avasalló sin resistencia a los otros dos poderes. Como nunca antes, un presidente multiplicó los desplantes, hizo gala de mala educación y se enemistó con casi todos los países, mientras tendió lazos con quienes no debía. Degradó y pauperizó a las fuerzas armadas a las que probablemente deseó ver convertidas en un grupo de boy scouts instruido en el progresismo. Trabajó claramente en ese sentido. Se enemistó con la Iglesia. Pareció gozar de la obsecuencia y el temor de sus funcionarios y de muchos referentes de la sociedad.

Cristina Fernández de Kirchner es continuidad. Lo traduce en la permanencia de los hombres clave del gobierno y en la reafirmación de sus enfoques político ideológicos. Ya hemos comentado esta cuestión en nuestra Carta Semanal del 27 de noviembre pasado.
El discurso de asunción presidencial frente a la Asamblea Legislativa, sin lectura ni ayuda memoria, fue una pieza destacable de oratoria, pero de tono crispado y de permanente severidad, con marcado tono ideológico. Hizo el discurso de autoelogio del final de gestión, como no lo hizo ni lo hubiera podido hacer el presidente saliente. Su recorrido por políticas públicas fue declamativo, encontrando buenos y malos en cada tema. El Fondo Monetario Internacional se llevó el record de invocaciones de maldad. También, sin nombrarlo pero aludiéndolo con claridad, los Estados Unidos fueron acusados de hacer un mundo unipolar y de combatir el terrorismo sin respetar los derechos humanos. En el cierre se ocupó de dejar en claro que gobernará desde sus convicciones, invocando a Evita y a las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, a las que elevó a la categoría de madres de la patria.

No hubo un llamado a la unidad ni a la reconciliación. No hubo reconocimiento de los problemas ni convocatoria al esfuerzo para resolverlos. El estilo de gobierno será el de confrontación. Cristina es Kirchner.

Manuel A. Solanet