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3 de diciembre de 2024
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Un recuerdo del periodista Mario Monteverde
Marcos Taire, un colega que lo conoció de cerca, lo recuerda en esta nota. Monteverde falleció en la semana tras una penosa enfermedad
2 de septiembre de 2007
Esta nota, bajo el título "La partida de un periodista incorruptible", fue publicada en el diario El Cronista.

Por Marcos Taire

Olvidado y abandonado, acaba de morir Mario Monteverde. Su nombre está estrechamente vinculado a la historia de Radio Rivadavia, donde durante dos décadas fue el alma y la conciencia del Rotativo del Aire. En esa misma emisora condujo el premiado y elogiado ciclo “De cara al país” y lo que era su mayor orgullo: el “Suplemento de medianoche”.

En los primeros años de la Revolución cubana, Mario fue periodista de la agencia de noticias Prensa Latina, cuando no eran muchos los colegas solidarios con la isla. Poco después, instaurada ya la dictadura de Juan Carlos Onganía, creó y dirigió “Inédito”, un periódico imprescindible para comprender esos años y que sirvió para el lanzamiento de un casi desconocido político de Chascomús, llamado Raúl Alfonsín, quien firmaba sus notas con el pseudónimo Alfonso Carrido Lura. Junto al periodista Pablo Kandel, escribió, apenas derrocada María Estela Martínez de Perón, un libro tan agotado como buscado por los estudiosos de ese período: “Entorno y caída”.

Desplazado de Radio Rivadavia por una camarilla pro dictatorial en 1976, debió exiliarse en Estados Unidos, protegido por amigos que lo querían. A su regreso al país se mimetizó con las multitudes y salió, día tras día, a conseguir el sustento realizando tareas mínimas y a veces insalubres.

En 1979, colaboramos juntos en las tareas que realizó en el país la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

La guerra de las Malvinas lo tuvo como un opositor implacable, mientras nuevamente la emisora de la calle Arenales jugaba un papel lamentable en el apoyo a la aventura militar.

Derrotada la dictadura e instaurada nuevamente la democracia, el presidente Alfonsín lo designó, casi contra su voluntad, al frente de la agencia de noticias estatal Télam. Probablemente no haya habido otra etapa tan democrática en la historia de esa agencia, tantas veces usada como simple vocero del gobierno de turno.

En 1986 realizó la tarea que consideraba más importante en su vida. Compaginó y editó, junto al dramaturgo Carlos Somigliana, el juicio a las juntas militares. Fue un trabajo impecable, fruto del talento y la honestidad de dos grandes profesionales. Una vez terminado el trabajo, entregó la media docena de videos al presidente, quien decidió que no se difundieran, lo que provocó en Mario un enorme dolor y una mayor desilusión.

Nunca le perdonaron su frontalidad, su honestidad, su compromiso con la verdad y la justicia. Sus enemigos lo acusaban de loco y proclamaban que debía ser internado en un manicomio. Y... sí, era un loco; uno de esos “malditos” siempre muy bien informados y con excelente memoria, que decía lo que pensaba y solía incomodar a aquellos que ya habían negociado la conciencia. Terminó sus días en un depósito para viejos, esa herramienta feroz que el sistema inventó para deshacerse de los ancianos y que llama geriátricos. Mario Monteverde era, sin duda, de los imprescindibles, como quería Brecht.