Murió Jorge Lanata, el periodista más influyente de la era democrática
30 de diciembre de 2024
Jorge Lanata, el periodista más influyente desde el retorno de la democracia, murió finalmente hoy a los 64 años, tras batallar durante más de 6 meses con un agravamiento de sus enfermedades crónicas.
“Soy periodista porque tengo preguntas. Si tuviera respuestas sería político, religioso o crítico. Por eso el periodismo militante es la antítesis de lo que soy yo. Ellos están llenos de respuestas y están dispuestos a aplicarlas. Soy periodista porque no sé”, fue una de sus definiciones de impacto.
Estaba internado en el Hospital Italiano. Ingresó a ese centro médico el 14 de junio. Después de tres meses, lo trasladaron a un centro de neurorrehabilitación, la clínica Santa Catalina, en el barrio de San Cristóbal. Sin embargo, una semana más tarde tuvo que regresar al Italiano, por una infección y un cuadro de neumonía y fiebre.
Su último período de internación comenzó cuando le realizaban estudios médicos en el Hospital Italiano y sufrió una descompensación cardíaca, que en un primer momento se caracterizó como “un infarto leve”.
En verdad, su salud estaba muy comprometida desde que ocho años atrás le practicaran en la Fundación Favaloro un exitoso trasplante cruzado de riñón, el primero de su tipo en Latinoamérica, que había logrado mejorar su calidad de vida y dejar sus sesiones de diálisis cada vez más frecuentes.
Con sólo 26 años él mismo se transformaría en fundador, hacedor y director del diario Página 12, que aparecería por primera vez el 26 de mayo de 1987.
En su redacción, Lanata juntó a la crema del autopercibido progresismo vernáculo, lo que le infundió a Página ese tono aspiracional de asumirse como único portador de las voces democráticas de la sociedad. Sin embargo, no lograría desprenderse de cierto tufillo refractario al peronismo y algunas rigideces propias de la vetusta izquierda criolla nacida en lejanos tiempos estalinistas del comunismo.
En agosto de 1990, con Página diario ya afianzado, Lanata lanzaría la revista mensual Página/30, con un anzuelo editorial para cinéfilos: un VHS de regalo por número, hasta completar un centenar con películas de todos los tiempos. La dirigió hasta 1995.
En 1998, fundaría la revista Veintiuno, para la cual convocaría a profesionales jóvenes que había formado en Página 12 y que ya tenían vuelo propio: Ernesto Tenembaum, Marcelo Zlotogwiazda y Martín Caparrós, entre otros.
Su salida de Página fue traumática. Tanto que no sería invitado, peor: ni siquiera mencionado, a la celebración de los 25 años de la publicación ni por los directivos de entonces ni por Cristina Kirchner, la presidenta de la Nación, que asistió a la fiesta de las Bodas de Plata.
La omisión haría recordar al negacionismo de las antiguas nomenclaturas soviéticas que borraban fotos, videos y audios a quienes habían caído en desgracia por las purgas ideológicas del partido y sus cúpulas. Su última aventura editorial en papel, el diario Crítica de la Argentina, pasaría sin pena ni gloria.
Televisión y radio
Tuvo pasos exitosos por la TV, como creador de Día D, Detrás de las Noticias y Después de Todo (DDT). Alcanzaría ratings de importancia en señales de bajo encendido, pero que él, valga la paradoja, sabia encender con esa impronta contestataria del poder que lo acompañaba desde el tiempo adolescente.
También se destacó en ciclos radiales como Hora 25 y RompeCabezas, ambos en la Rock & Pop. Su momento de mayor estelaridad mediática y política sería alcanzado durante el apogeo del kirchnerismo, cuando advirtió que había llegado el momento de tocar el freno para desacelerar el ímpetu de un oficialismo sin escrúpulos, que empezaba a lesionar las instituciones de la República y, lo que es peor, la armonía de una sociedad que, al cobijo del poder, empezaba a dudar del que pensara distinto.
Contra el kirchnerismo
Tras un buen comienzo de Néstor Kirchner, empezarían a flotar en las tertulias políticas, las columnas de los diarios y los pasillos del Congreso las primeras denuncias de la oposición y de los medios independientes sobre el progresivo vuelco autoritario de la gestión.
Ese rumbo se iría agudizando a partir de dos momentos cruciales: la derrota en las elecciones de medio término del primer gobierno de Cristina y la muerte de Néstor Kirchner. El ensayo absolutista, que había puesto al descubierto la verdadera cara del Gobierno, se manifestaría pronto en el proyecto de Ley de Medios. Sostenido en una falsa propuesta de desconcentración del mercado y un presunto combate contra los monopolios, en verdad se buscaba la cooptación directa de medios y periodistas.
El “vamos por todo” lanzado por Cristina Kirchner encontraría en un cruce de caminos a Lanata y al Grupo Clarín, que casi en soledad venía enarbolando posiciones editoriales muy críticas al desbarranco del kirchnerismo. Ambos comprendieron que las coincidencias entre ellos eran mayores que las diferencias del pasado.
Cierta vez, uno de los periodistas que él había lanzado al ruedo quiso ponerlo en un brete en el debate por la Ley de Medios y le preguntaría al aire, en una simplificación extrema: “¿Vos de qué lado estás?” La respuesta de Lanata alumbraría un camino impensado para él, que potenciaría la distancia sin retorno con los Kirchner. “Estoy de parte del más débil y en este caso, aunque parezca lo contrario, el más débil es Clarín”.
En efecto, la pulseada era despareja: un Estado (no ya un gobierno) empecinado en someter, desfinanciar y desguazar las propiedades de Clarín. Su objetivo, básicamente, era someter, detrás de la puja con Clarín, a la prensa independiente. Lanata supo ver la jugada. No cambió de bando: había encontrado el espacio donde sus ideas brillaran mejor y pudiera confrontar a gusto con un poder sin frenos ni pruritos.
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Se abriría de ese modo un nuevo ciclo, el más exitoso de su carrera. A partir de entonces tendría medios de expresión como nunca antes: empezaría a dejar atrás “el periodismo de nicho” y pasaría a cautivar una audiencia masiva, diversa y plural.
Lanata pasaría a escribir una columna los sábados en Clarín y a conducir un programa radial (Lanata sin filtro) que por más de una década, y hasta la muerte de su creador, mantendría el puesto de número uno en la segunda mañana, de 10 a 14.
Y sobre todo, tendría el espacio más relevante, en el que se sentía como pez en el agua: Periodismo para Todos se emitiría por primera vez el 15 de abril de 2012. La pantalla del 13 comenzaría a arder cada noche del domingo, cuando las denuncias sobre la corrupción en el gobierno y el enriquecimiento escandaloso de sus integrantes, en particular de la familia Kirchner, comenzarían a correr verdades ocultas.
Juntos se potenciarían contra un adversario común, que abominaba de las prácticas democráticas con pasmosa hipocresía. Lanata y Clarín librarían una pelea feroz frente a un aparato oficial dispuesto a descabezar todo esbozo de opinión diferente a la del poder. Periodismo para Todos sería la gran carta democrática cuando la presidenta intentaba una re reelección prohibida por la Constitución.
El ciclo, el diario y las marchas callejeras multitudinarias le pondría freno a ese atropello institucional en el marco de un universo de medios cooptados y periodistas ensobrados, que se sumaban al coro oficial para amedrentar y amenazar periodistas no sobornados. Fueron tiempos difíciles.
Lanata debió soportar una doble carga: la ferocidad K y la de su propio y originario caudal de audiencia progre, compuesta por jóvenes fanatizados con el credo K, peronistas en tránsito dócil al kirchnerismo, viejos estalinistas, nostálgicos de los tiempos de oro del comunismo internacional y rémoras de una izquierda criolla fracasada y sin votos, que en términos generales habían sido su base de sustentación.
Ante el éxito creciente del programa, el Gobierno usaría en su contra munición gruesa. Le tiró con todo lo que tenía a su alcance. La presidenta llegó a recomendar por cadena nacional “ver los domingos a la noche Game of Thrones”, exitosa serie de Netflix, a la misma hora en que Lanata salía al aire. La TV Pública también programaría, alternativamente, en directo, partidos oficiales de Boca un domingo y de River otro. Lo que fuese para debilitar esa tromba de audiencia.
Aun así, PPT marcaría registros históricos para programas políticos, con un rating cercano a los 30 puntos. Sería Lanata quien definiría como nadie la peor herencia del kirchnerismo en una Argentina arrastrada a la decadencia. El odio y la división de la sociedad ya no tenían retorno. Familias divididas, amistadas rotas, clima intolerante. Le bastaron dos palabras para una síntesis inmejorable: “la grieta”.
La muerte también lo sorprendería con el ciclo al aire, aunque con sus últimas emisiones suspendidas por la internación de su conductor. A esta altura de su vida, y desde hacía un tiempo, se había convertido en un refinado coleccionista de arte, hasta hacer de su departamento “una petit y celebrada” galería, al decir de quienes lo frecuentaban en su piso de la calle Esmeralda, en Retiro.
Lanata, fumador irredento desde la pubertad, sufría de una diabetes que lo acosaba desde muy joven. Y luego de una tortuosa insuficiencia renal que lo llevaría a practicar diálisis cuatro veces a la semana “en cualquier lugar del mundo que estuviera”, según él mismo contaría.
Finalmente, en 2015 sería trasplantado con el riñón de Norma Hernández, la mamá de un joven también enfermo, que a su vez recibió un riñón de Sara Stewart Brown, segunda esposa de Lanata y madre de Lola, la hija menor del periodista. Estuvieron casados entre 1998 y 2016.
Junto a su ex pareja, Andrea Rodríguez, también periodista y productora, Lanata había tenido a Bárbara, su hija mayor. También había estado casado con Patricia Orlando, entre 1984 y 1986, y con Silvina Chediek, entre 1990 y 1991.
Su trasplante fue una operación pionera en su tipo de Latinoamérica, realizada en la Fundación Favaloro. La institución aclararía en un comunicado a pocas horas de la intervención: “Se realizó intercambio de los donantes aprobado por el Juzgado Civil y Comercial N°4 con el acuerdo de representantes del Cuerpo Médico Forense, el Ministerio Público y con conocimiento del Incucai".
Y explicó: "El intercambio de los donantes entre los pares donantes-receptor mejoró sensiblemente las posibilidades médicas del trasplante en cada receptor, sin modificaciones en los riesgos de los donantes".
Lanata marcó una época y dejó su huella en el periodismo. Desde el retorno de la democracia fue siempre un personaje ineludible en el devenir mediático de la sociedad. Y así, seguramente, será recordado.