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Estreno de la semana: ese universo paralelo llamado Springfield
"Los Simpson: la película" es un capítulo de una hora y media de una de las series más revolucionarias de las últimas décadas. Y ésas son buenas noticias para todos
25 de julio de 2007
Por Sebastián Martínez

“¿Por qué pagar una entrada de cine por lo que podemos ver gratis en la televisión?”. La pregunta, provocativa e irónica, la hace el propio Homero Simpson cuando apenas han transcurrido unos segundos de la ansiada película, que lleva a la pantalla grande la serie de animación más revolucionaria del último cuarto de siglo y, posiblemente, de todos los tiempos.

Quizás la única respuesta a esa inquietud de Homero sea: “¡Porque es una película de Los Simpson!”. Y ese axioma supone una tal cantidad de sobreentendidos regados a lo largo de los 18 años de existencia de la genial creación de Matt Groening, que es imposible condensarlos en unos pocos párrafos.

“Los Simpson”, nacidos como show independiente en 1989 y llegados a la Argentina en 1993, es mucho más que un programa televisivo. Fue una revolución en la animación (y una influencia arrasadora en los demás géneros), ha funcionado como corrosiva crítica al sistema de valores y de medios de comunicación de los Estados Unidos, es una irreductible fuente de rating y merchandising, ha servido muchas veces como declaración de principios políticos y, por sobre todas las cosas, se ha convertido en un fenómeno universal que no repara en nacionalidades, edades, ni grupos socioeconómicos.

Se pueden escribir libros enteros sobre estos personajes amarillos, que ya llevan dieciocho temporadas, cuatrocientos episodios y veintitrés premios Emmy. Pero lo que importa aquí son los 87 minutos que dura el primer paso de los habitantes de Springfield en el celuloide. Se trata de anunciar la llegada de este filme, esperado en el mundo entero como si se tratara de una prueba de validación para una fe nacida al calor de la pantalla chica.

Quienes intentan encontrarle un defecto a “Los Simpson: la película” dicen que es simplemente un capítulo largo del mismo programa que puede verse en el living de las casas alrededor del mundo. Paradójicamente, lo mismo afirman, palabra por palabra, quienes celebran y defienden la llegada de los vecinos de la Avenida Siempre Viva a las salas cinematográficas. “¡Un capítulo de una hora y media!”, festejan los más fieles seguidores de la serie.

Es que no hay que esperar de esta película nada que “Los Simpson” no nos hayan dado durante dos décadas. Se trata de la misma máquina de inteligencia, humor y reversible incorrección política que despliegan semana tras semana desde la pantalla de Fox estos seres profundamente bidimensionales. Y eso es una buena noticia.

Si nos ponemos a hilar fino, sí puede afirmarse que la primera mitad del filme es absolutamente arrolladora, divertida y absurda. Al impacto de ver (por citar sólo un ejemplo) a Rafa Gorgory en una pantalla gigante, se le suma de inmediato la habitual concatenación de situaciones hilarantes e imprevisibles que han hecho de “Los Simpson” lo que son.

La segunda mitad de la película es igualmente sólida y divertida, pero el acento se desplaza al sostenimiento de la trama, dejando relegado el efecto inmediato de los incomparables gags que sólo los votantes del Alcalde Diamante pueden lograr en un guión sostenido.

¿Y de qué se trata “Los Simpson: la película”? Adelantar demasiado sería aguarle la fiesta a la multitud de fanáticos que quieren sorprenderse frente a la pantalla. Digamos, sólo para dar algunas pistas, que el argumento gira esencialmente en torno a Homero y a los otros a los cuatro integrantes del núcleo familiar básico: Marge, Bart, Lisa y Maggie. A no preocuparse: casi todos los personajes secundarios aparecen e, incluso, el imposible Ned Flanders y el abuelo Abraham Simpson cumplen roles de cierta relevancia.

¿Qué más se puede agregar sin develar demasiado? Se puede añadir que habrá un cerdo, que habrá un desastre ambiental, que habrá un plan gubernamental que perjudicará a Springfield y que Homero, una vez más, volverá a poner en serio peligro la relación con sus conciudadanos, con sus hijos y, fundamentalmente, con su abnegada esposa.

Para beneplácito de los “simpsonianos”, todo eso ocurre de acuerdo con las leyes que, con interminable maestría, el ejército de guionistas y realizadores entrenados por Groening ha creado para ese universo paralelo y tan parecido al nuestro llamado Springfield.