La tercera entrega de la saga, encuentra al ogro preocupado por el futuro del reino y su descendencia, pero algo desgastado y sin la eficacia de otros tiempos
Por Sebastián Martínez
Que Shrek y el mundo de fantasía inquietantemente realista que lo rodea son unas de las más grandes creaciones del cine de animación actual es algo que casi nadie pone ya en duda. Quizás sólo la perfecta maquinaria de tramas y diseños en tres dimensiones de “Toy Story” pueda comparársele en el panorama de propuestas cinematográficas animadas que han llegado a las salas en los últimos diez años.
Seguramente es por eso que, a seis años del primer paso del ogro verde del pantano, los estudios Dreamworks siguen insistiendo con este personaje y ya proyecten la realización de otros dos largometrajes y un tercero “colateral”, basado en la figura del Gato con Botas. (Por cierto, los juguetes de “Toy Story” ya cumplieron doce años y también volverán con una tercera parte en 2009).
Pero, claro, el éxito sostenido en el tiempo plantea un desafío difícil de cumplir. No es sencillo mantener un cierto nivel de excelencia, cuando se han alcanzado cotas de creatividad hasta cierto punto irrepetibles. Ése es justamente el gran reto que enfrentaron los creadores del ogro más esperado de la pantalla grande cuando comenzaron a pergeñar la tercera parte de la saga. ¿Superaron lo que los ingenieros llaman la fátiga de los materiales?
La respuesta no es en absoluto simple. “Shrek Tercero” es, como no podía ser de otro modo, una película entretenida, de a ratos graciosa y argumentalmente sólida. ¿Es eso suficiente para una película de estas dimensiones y la expectativa que despierta? Bueno, eso dependerá de qué tan magnánimo sea el espectador.
Pero vamos por partes. La primera entrega de “Shrek” fue centelleante. Fue una suerte de revelación, que combinaba una gran historia, con personajes divertidos y una trama atrapante. Toda una revolución en el mercado de la animación. El segundo capítulo tenía menor énfasis en la historia, pero la imparable sucesión de gags, referencias y remates encadenados que encadenaba, la hicieron una propuesta nuevamente irresistible.
La tercera parte, por decirlo de algún modo, no logra lucirse en ninguno de los dos aspectos. Su argumento funciona muy bien, pero no tanto como en la primera. Su rango de hilaridad alcanza para hacerla muy llevadera, pero no alcanza para igualar a la segunda. De todo esto, se puede deducir que “Shrek Tercero” es un filme que se comporta a las maravillas para hacerle pasar al espectador un momento “grato”, por decirlo de algún modo, pero ciertamente no hará historia.
La historia se desencadena cuando el rey del Reino Muy Muy Lejano, convertido en sapo sobre el final de la anterior película, finalmente muere en su lecho de enfermo. El heredero natural al trono es el propio Shrek. Pero está claro que el ogro tiene mejores planes para su futuro, es decir regresar a su apestoso pantano y disfrutar de la vida en pareja con la princesa Fiona. Sólo le queda una esperanza y es encontrar al segundo en la línea sucesoria, un joven noble conocido como Arturo.
Los planes se complican aún más. Primero, cuando Fiona anuncia su embarazo. Y, segundo, cuando el Príncipe Encantador pone en marcha un ejército de villanos de cuentos de hadas para hacerse con la corona del reino. La vieja lucha entre el bien y el mal empieza a rodar de nuevo, con un final inesperado, pero de todos modos políticamente correcto.
Los actores vuelven a estar fabulosos, cada uno en su lugar. Mike Myers sigue encontrando el tono perfecto para el gigante verde, y lo mismo puede decirse de Cameron Diaz para la princesa Fiona. Los nuevos aportes de Justin Timberlake como el joven Arturo y del comediante británico Eric Idle para Merlín no desentonan. En cambio, las particulares entonaciones de Eddie Murphy para Burro y de Antonio Banderas para el Gato con Botas no parecen haber sido aprovechados al máximo para este tercer capítulo. Y eso, por supuesto, es una pérdida grande.
De un modo casi inevitable, “Shrek Tercero” es una película que habrá que ver. Y lo más probable es que la inmensa mayoría de los espectadores la disfrute. Pero los cerebros de Dreamworks deberán esforzarse un poco más en el futuro si pretenden que, dentro de diez años, no recordemos todo el asunto como la exitosa aparición de una saga “despareja”.