El presidente Bolsonaro logró su objetivo de reducir el gasto en jubilaciones y pensiones, algo que buscan la mayoría de los gobiernos del mundo, incluso el argentino
En el final de un turbulento año político que tuvo como principal logro la aprobación de una gran reforma de la seguridad social que despejó el horizonte fiscal de Brasil, el presidente Jair Bolsonaro consagró su alianza con el liberal ministro de Economía Paulo Guedes con un juramento de obediencia.
“Yo soy el que me tengo que alinear a él, no él a mí. Él es mi patrón en este tema (economía), no yo el patrón de él”, dijo Bolsonaro sobre Guedes, un economista de 70 años doctorado en la Universidad de Chicago que se ha convertido en uno de los más eficaces comunicadores de la administración brasileña y arranca elogios hasta de furiosos críticos del gobernante del mayor país latinoamericano. Ante uno de esos críticos se plantó Guedes en un estudio de TV para responder reproches sobre el estilo belicoso de Bolsonaro.
“Una cosa es el contenido, que es lo que está pasando. Otra cosa es el ruido, la retórica, el combate electoral”, respondió el ministro de Economía, quien aludió a la tempestad que sacudió a Brasil a partir del 2013, con la irrupción de manifestaciones masivas a las que siguieron las investigaciones judiciales que revelaron megacasos de corrupción, una recesión económica profunda y la implosión del sistema político que terminó con 13 años de gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) y despedazó al opositor Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), catapultando al poder a un outsider, parlamentario del llamado bajo clero del Congreso.
“Estaba el Movimiento Sin Tierra, los black blocs (grupos violentos de anarquistas) rompiendo las calles, invadiendo el campo, rompiendo todo. El antagonista político para ganar eso no era un tucano (socialdemócrata) florido que perdió cuatro elecciones seguidas. Tenía que ser alguien un poco más aguerrido para disputar esos corazones, diciendo, miren, en vez de esa anarquía quiero orden, en vez de disolución moral quiero a la familia, en vez de carnaval yo quiero a Dios encima de todo”, dijo Guedes.
Esa visión, con la que coinciden politólogos como Paulo Kramer, un consultor político en Brasilia, indica que Bolsonaro lidera una alianza entre ultraconservadores y liberales que reemplazó a la hegemonía socialdemócrata que gobernó Brasil desde la redemocratización de 1985.
El primer objetivo de la nueva coalición fue aprobar la reforma del sistema jubilatorio -que podría ser profundizada en el 2020 si el Congreso aprueba su extensión a empleados públicos de estados y municipios- para permitir un ahorro fiscal de unos 200.000 millones de dólares en una década.
“Brasil está haciendo lo que Francia no consigue hacer, una reforma profunda de la seguridad social”, celebró Guedes, indicando que el país terminó con el endeudamiento en forma de bola de nieve, lo que permitió bajar las tasas de interés a un nivel mínimo histórico, mantener la inflación bajo control y comenzar a atraer inversión productiva y no más apenas “la del dinero vivo (especulativo), que entra en manada, achata el tipo de cambio y desindustrializa”.
La economía de Brasil crecería un 2,5% en el 2020, duplicando la expansión esperada para el 2019. Indicadores de ventas navideñas renovaron esa expectativa: fueron las mejores desde el 2014, con un alza de 9,5% ante el 2018.
“Con la socialdemocracia pasamos de una carga tributaria del 18% del PBI a 36% y los gastos públicos saltaron de 18% a 45%. Estábamos en un endeudamiento de bola nieve. Revertimos esa curva. Escapamos de un agujero negro, el de la seguridad social. Tenemos que dar secuencia a las reformas. Las inversiones exigen la continuidad en las reformas”, aseguró el ministro más importante de Bolsonaro en referencia proyectos para cambiar el intrincado sistema tributario y avanzar con ambiciosos programas de privatizaciones y de inversiones en infraestructura y saneamiento.
El presidente, en tanto, que calificó a su gestión con un siete y dijo que aspiraba a un ocho en el 2020, permaneció fiel a su estilo antisistema, mientras busca avanzar con una agenda moral conservadora a ultranza en áreas como cultura y educación. Ese objetivo consolidó su alianza con los cultos neopentecostales, decisivos para el triunfo electoral de Bolsonaro en el 2018.
Brasil tiene una población de más de 50 millones de evangélicos, cuyas iglesias poseen fuerte presencia en el Congreso e influyentes medios de comunicación, entre ellos la Red Record, ligada a la Iglesia Universal del Reino Dios (IURD).
“La derecha entró en el electorado popular del PT por medio de los evangélicos”, aseguró el politólogo Alberto Carlos Almeida, autor del best-seller “La cabeza del brasileño”.
La llamada bancada de la Biblia, transversal a varios partidos políticos, es acérrima opositora de la legalización del aborto, la despenalización del consumo de drogas y el casamiento homosexual, y se identifica con postulados defendidos por el presidente, como el endurecimiento de la legislación antidrogas, la restricción en el concepto de familia a la unión de un hombre y una mujer, y la voluntad de barrer de las escuelas un supuesto adoctrinamiento izquierdista y la “ideología de género”.
Esa alianza y su estilo antisistema han permitido a Bolsonaro mantener cohesionado al 30% del electorado que lo apoya, y la apuesta en el Palacio del Planalto es que una mejora más robusta y perceptible de la economía y el empleo permitirá al presidente ser un competitivo candidato a la reelección en el 2022.