A 15 años del tsunami imposible que liquidó a 240 mil personas
Las olas gigantescas provocadas por un terremoto catastrófico provocaron la muerte más increíble en 12 países, incluidos Tailandia, Sri Lanka, Malasia y la India. El drama fue llevado al cine
26 de diciembre de 2019
"Lo imposible", se llama la película protagonizada por los extraordinarios Naomi Watts y Ewan McGregor estrenada en 2013. El director, Juan Antonio Bayona, intentó llevar al cine la que tal vez fue la mayor catástrofe provocada por la naturaleza en toda la historia del hombre sobre la Tierra.
Un terremoto de proporciones épicas en medio del océano desatado con furia extrema en la madrugada del 26 de diciembre de 2004, que corrió un centímetro de su eje al planeta y lo hizo girar a mayor velocidad.
Olas de una altura sólo imaginada en sueños se tragaron las costas y sembraron el suelo con decenas de miles de muertos.
Era 26 de diciembre de 2004, un sábado tras una Navidad que le hizo conocer al mundo lo que era un tsunami.
En Indonesia faltaban unos minutos para las 8 de la mañana de un día soleado que prometía ser uno como cualquier otro.
Los turistas pasaban las fiestas en playas paradisíacas. Los pescadores se lanzaron al mar. La gente siguió con sus vidas. Primero golpeó el terremoto de una intensidad descomunal: de 9,19,3. Fue el cuarto sismo más grande registrado desde 1900 y acaso el más catastrófico.
El epicentro estaba ubicado a 255 km de Banda Aceh, en Sumatra, Indonesia. El tsunami generado afectó a una docena de países y dejó unos 238 mil muertos, además de daños incalculables y dos millones de desplazados.
Apenas cuatro días después de la tragedia, hasta cinco millones de personas en la región se habían quedado sin acceso vital a agua potable, alimentos, saneamiento y cuidados de salud, según la OMS.
Un tsunami no es un fenómeno recurrente ni común. Cuando ocurre puede deberse a un puñado de factores: desde un terremoto o una erupción volcánica hasta la caída de un meteorito. El de Indonesia lo provocó un terremoto.
El sismo ocurrió en la zona de subducción en el límite entre la placa de la India y de Myanmar. En pocos minutos, la falla liberó las tensiones que había acumulado durante años: la placa superior que venía resistiendo la embestida de la inferior simplemente rebotó para volver a su posición original, en un movimiento ascendente del fondo del mar, creando una ola monumental que se lanzó al ataque. Sumatra recibió la peor parte. La costa de Banda Aceh quedó sumergida en apenas minutos.
No fue una ola gigante, sino varias. Llegaron sin avisar mientras la gente aún estaba en shock por el terremoto que había derribado sus casas.
La primera ola cayó como una pared tan alta como las palmeras. Y cuando pasó, el mar se retrajo cientos de metros para una segunda embestida. Pero nadie sabía.
Tal vez una de las imágenes más impactantes fue la de cuerpos acomodados casi prolijamente en la playa, como si hubiesen estado tomando sol cuando el océano los sorprendió. Fueron los despojos dejados por la segunda ola al retirarse de nuevo al mar.
Cuando la primera ola golpeó y se retiró, el fondo oceánico jamás revelado de esa forma quedó a la vista de todos, invitando como un embrujo a la gente a acercarse a ver. Y la gente se acercó, algunos hasta buscaron caracoles. Se adentraron en ese mar seco que de repente había desaparecido para volver como un monstruo marino.
De las más de 200 mil personas que murieron en el tsunami de 2004, la mayor parte sucumbió en Sumatra, de donde no hay registro filmado de la ola llegando por el simple hecho de que, si hubo alguien que filmó, jamás tuvo tiempo de escapar.
Ese mundo se convirtió en astillas; en ríos de mar revuelto, arrastrando casas, micros, autos, escombros, cuerpos, niños y adultos, buscando aferrarse a algo ante la mirada espantada de quienes habían logrado treparse a lo que sea.
El agua corría furiosa entre ruinas con el agregado de gritos humanos agónicos y en pánico, y el crujir de la destrucción. Era el principio del desastre, apenas.
Poco minutos después, esas olas infernales atacarían las costas de Tailandia, de Sri Lanka, Malasia, India... cruzarían el océano, pasando por encima de islas y archipiélagos hasta África, el primer lugar donde se llegó a lanzar un alerta a tiempo.
La marejada llegaría ya agotada a Brasil, prácticamente dando la vuelta al globo. El patrón del golpe era el mismo. Como una manada que caza estratégicamente, la primera ola caía brutal atontando a la presa desprevenida, dejándola fuera de juego, y solo cuando todos creían que lo peor había pasado, les caía encima una segunda pared de agua.
En Sri Lanka, un tren viajaba paralelo y pegado a la costa con unas 1.500 personas a bordo. La formación se detuvo, y nadie entendió por qué hasta que se escuchó el rugir del agua. El tren se había detenido porque una señal en las vías avisaba que el nivel del agua era más alto de lo normal.
La fuerza de la primera ola arrancó un solo vagón de la formación. La segunda se llevó todo por delante. El 99% de los 2.500 habitantes que tenía Peraliya, la localidad donde el tren fue alcanzado, murió ese día ahogado bajo el agua y el barro o arrollado por cascotes, escombros y árboles triturados.
En Tailandia, el turismo y sus playas de encanto tampoco se salvaron. Entre 3.000 y 4.000 visitantes occidentales murieron allí. Fue acaso esa cifra exorbitante de extranjeros afectados lo que motivó una ayuda internacional inmediata y colosal.
En total se donaron 18.000 millones de dólares.
En Sri Lanka (foto) hubo 30 mil muertos, y unas 20 mil personas resultaron heridas, a las que hubo que buscar refugio, comida y agua. Se tardaron muchos meses en reubicar a los desplazados en sus propias tierras.