El atroz crimen de Jamal Khashoggi, cometido por agentes del gobierno árabe dentro del consulado de ese país en Turquía, nunca se hubiese descubierto si el gobierno turco no habría infiltrado la representación diplomática con micrófonos
El brutal crimen del periodista Jamal Khashoggi, cometido por agentes del régimen que gobierna Arabia Saudita con mano de hierro pero aliado a los Estados Unidos, no quedó totalmente impune.
Una corte saudí condenó hoy a muerte a cinco personas por el asesinato y desmembramiento con sierras del cuerpo del columnista del Washington Post, opuesto al príncipe heredero y hombre fuerte de Arabia.
Oras tres personas recibieron penas de cárcel, según la televisión estatal saudí Al-Ekhbariya.
Pero la mano derecha del príncipe, que estaba dentro del consulado cuando se cometió el crimen, zafó de la Justicia.
Los agentes implicados en la muerte del columnista trabajaban directamente para el príncipe heredero saudí, que había sido criticado a nivel internacional.
La investigación del fiscal general saudí concluyó que el exasesor principal del príncipe, Saud al-Qahtani, no tenía lazos demostrados con el asesinato, según el canal estatal.
Estados Unidos sancionó a Al-Qahtani por su supuesto papel en la operación, pero nada dijo sobre el rol del hombre fuerte del régimen árabe, Mohammad bin Salmán, de 34 años, sin cuyo aval es muy difícil que se hubiese cometido semejante asesinato dentro del consulado árabe en otro país. El tribunal también declaró no culpable al cónsul general saudí en Estambul, Mohammed al-Otaibi, otro jerarca que no podría haber desconocido lo que estaba ocurriendo.
El crimen se produjo minutos después de que el periodista ingresó al consulado a retirar documentación necesaria para casarse, mientras su novia lo esperaba puertas afuera.
Ingresó al consultado y nunca más salió: la noche anterior, en un vuelo privado, había arribado a Turquía un equipo de 15 agentes saudíes que incluían a un médico forense, que habría sido el encargado de desmembrar el cuerpo del periodista para hacer desaparecer sus restos.
La mano derecha del príncipe y otras nueve personas no identificadas quedaron en libertad tras conocerse los veredictos.
Tras nueve sesiones, el tribunal llegó a la insólita conclusión de que no hubo un intento premeditado de asesinato.
Al juicio asistieron unos pocos diplomáticos, pero no se permitió el acceso a la prensa ni al público general. El asesinato conmocionó al mundo y provocó condenas de la comunidad internacional, incluyendo a Naciones Unidas.
Khashoggi entró a pie en el consulado de su país en Estambul una mañana de octubre de 2018 para recoger la documentación necesaria para casarse con su prometida turca, Hatice Cengiz, que esperaba fuera. No volvió a salir.
Agnes Callamard, investigadora especial de Naciones Unidas y que dirigió la investigación sobre el asesinato, indicó más tarde que no debía dejarse el caso al sistema judicial saudí, "tan vulnerable a la interferencia política".
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, condenó el asesinato y sancionó a 17 saudíes sospechosos de estar implicados, aunque no al príncipe heredero. Entre tanto, numerosos críticos del príncipe heredero saudí siguen encarcelados y afrontan juicios por sus actos de disidencia.