La prueba, que fue en Córdoba, presentó más opciones en la producción de biocombustibles. En una turbina llevaba querosene aeronáutico y en la otra, Biojet
Un reducido número de expertos congregado en la pista de la Escuela de Aeronáutica de Córdoba presenciaron el funcionamiento del avión Pucará A-561 del Centro de Ensayos en Vuelo de la Fuerza Aérea Argentina (FAA) a base de combustible de soja.
Fue un momento importante para tres comunidades que no siempre hacen contacto: el complejo agroindustrial, el mundo militar y el científico. Fue el primer vuelo a biocombustible del hemisferio sur y el segundo de la historia aeronáutica mundial.
La tobera de uno de los motores -el Pucará lleva dos turbohélices francesas Turbomeca Astazou de 1002- vomitó la familiar humareda negruzca y acre de querosene aeronáutico (JP1) que aflige a todos los aeropuertos. Pero la vaharada de gases de la otra turbina pareció más limpia y huele más bien a cocina, como si un gigante estuviera friendo una monumental parva de papas fritas.
El motor con vaharada de cocina quemó Biojet, un cóctel integrado en un 20% por derivados de aceites de soja y en un 80% por JP1. Tiene las mismas prestaciones que el JP1, pero bastantes ventajas potenciales en lo ambiental (menos emisiones de carbono fósil y de azufre) y en lo económico.
Esta es apenas la hojita más visible de un vasto árbol de emprendimientos con potentes raíces en los sectores científicos, educativos, agroindustriales, municipales y militares, decididos a posicionar a la Argentina como un referente mundial en agrocombustibles.
Detrás de este "proyecto estrella" de la FAA, que tratará de homologar internacionalmente el Biojet, patentar su receta de fabricación y volverlo habitual en las flotas aerocomerciales de todo el planeta, hay otro proyecto nacional mucho mayor. Se llama "Generación y optimización de tecnologías de producción de biocombustibles".