En un mundo cada vez más consumista y en el que todo se renueva, los artefactos eléctricos descartados ponen en peligro la convivencia, aunque se reciclan
En un mundo que cada vez depende más de electrodomésticos y ordenadores, la basura electrónica se ha convertido en un quebradero de cabeza que gobiernos, empresas y organizaciones no gubernamentales quieren atajar.
Aquéllos que han tenido que levantar un ordenador de sobremesa en alguna ocasión saben que no es precisamente un producto ligero. Pero lo que probablemente no saben es que de hecho un ordenador supone un "peso" igual que el de un vehículo SUV o un rinoceronte, 1.800 kilos.
¿Sorprendido?. La Universidad de las Naciones Unidas (UNU) y el investigador alemán Ruediger Kuehr calcularon el peso en 2004 y llegaron a esta reveladora conclusión.
En el libro 'Computers and the Environment' ('Ordenadores y el medio ambiente'), Kuehr señaló que la fabricación de un ordenador de sobremesa con una pantalla plana de 17 pulgadas necesita de al menos 240 kilos de combustibles, 22 kilos de productos químicos y 1.500 kilos de agua. En total, 1,8 toneladas de productos.
El uso de recursos en el sector electrónico es sólo parte del problema. La otra cara es la gestión de las crecientes montañas de desperdicios electrónicos, un problema que ha pasado de afectar a Europa o EEUU a ser uno de los cánceres medioambientales sobre todo de China, pero también de Pakistán o la India.
Las basura electrónica se dispara
La Agencia Europea del Medio Ambiente calcula que el volumen de 'e-basura' aumenta tres veces más rápidamente que otras formas de basura municipal hasta el punto de que el volumen total pronto será de 40 millones de toneladas métricas, suficiente para llenar una fila de camiones que recorrería la mitad de la circunferencia de la Tierra.
Para atajar el problema, la UNU, el Programa de Medio Ambiente de la ONU, la Agencia de Protección Medioambiental de EEUU (EPA), universidades de los cinco continentes y empresas como Dell, Microsoft, Hewlett Packard (HP) o Philips se han unido en la iniciativa 'Solucionar el Problema de E-Basura' (StEP, por sus siglas en inglés). El sector empresarial ya había dado algunos pasos en este camino.
StEP pretende estandarizar los procesos de reciclado globalmente para recuperar los componentes más valiosos de la basura electrónica, extender la vida de los productos y armonizar las legislaciones y políticas.
En este sentido, Klaus Hieronymi, gestor medioambiental de HP en Europa, declaró que uno de los mayores problemas para el reciclado de 'e-basura' es la falta de una legislación homogénea.
Decenas de leyes diferentes
"Cada país tiene diferentes objetivos, medidas, mecanismos, incluso dentro de la Unión Europea", lo que en pocos años obligará a una empresa como a HP a enfrentarse casi con un centenar de leyes en todo el mundo, dijo Hieronymi.
El experto cifró en un millón de euros anuales los costes administrativos para HP de la existencia en Europa de casi una treintena de leyes distintas para tratar la e-basura. Por ello, las empresas del sector están a favor de la homogeneización de las leyes y reglamentos.
El otro factor es que para la producción de electrodomésticos y ordenadores se utilizan metales preciosos, como el oro o la plata. Pero la creciente demanda de otros metales los está convirtiendo en materiales de extremo valor.
Es el caso del indio, que se utiliza en más de 1.000 millones de productos cada año, desde pantallas planas a teléfonos celulares. En los pasados cinco años, los precios del indio se han multiplicado por seis y en la actualidad es más caro que la plata.
Aun así, el reciclado de indio sólo se realiza en un puñado de instalaciones en Bélgica, Estados Unidos y Japón, país donde a través del reciclado se obtiene casi la mitad de sus necesidades de ese material.
Igual sucede con el bismuto, utilizado en soldaduras para evitar el uso de plomo que ha duplicado sus precios desde 2005 y el rutenio, utilizado en resistencias y discos duros, cuyo valor se ha multiplicado por siete desde principios de 2006.
Pero llegar al objetivo final de StEP es un proceso complejo que requerirá medidas legislativas, educación de los consumidores y cambios en la industria.
Kuehr señala, por ejemplo, que los fabricantes se verán obligados a "rediseñar sus productos para que puedan ser más fáciles de reciclar y se puedan recuperar mejor los materiales valiosos o tóxicos".