El paro, la violencia y el infierno del transporte
(Por Iván Damianovich) De un modo incomprensible se lleva a la sociedad urbana a un elevado nivel de desgaste y descontrol, que termina en violencia y un caos impredecible
7 de agosto de 2012
El martes laboral terminaba en el centro cuando por cuarto día consecutivo los empleados se preparaban para el último esfuerzo del día: regresar a sus hogares del modo en que pudieran, sin Estado capaz de resolver el conflicto del subterráneo, sin funcionarios preocupados por su suerte y lo más grave, sin quien advirtiera que lo que se ha cosechado en las últimas horas es un elevado grado de violencia social. Un joven se disponía a tomar un colectivo en la puerta del Edificio del Plata cuando advirtió la cola de decenas de almas que buscaban el mismo objetivo y se resignó al último lugar.
Otro joven se irritó en otra cola de infortunados pasajeros cuando vio que alguien pretendía subir al colectivo sin haber formado antes la fila. Y la discusión se amplió al ritmo de insultos que iban y venían con amenazas que eran proferidas en medio de la calle, mientras supervisores de líneas de colectivo procuraban ordenar el ascenso. Al subir, una mujer se ofuscó con dos jóvenes que lo hicieron después de ella. “Me están empujando”, dijo. “Tengo que llegar a la facultad, señora”, respondió uno de los últimos en ingresar al transporte. “Y yo a mi casa”, continuó la mujer.
A poco de avanzar a ritmo lento mientras peatones, taxis y combis se lanzaban en una carrera alocada por escapar del microcentro, se produjo una nueva escena de violencia dentro del colectivo.
En cada parada se agolpaban más pasajeros que pugnaban por subir mientras el chofer negaba con el dedo cualquier intento. “Abrime, adentro hay lugar”, vociferaba un hombre entrado en años. Al advertir que la decisión del conductor era irrevocable golpeaba la puerta con fuerza. “Ahora sí que no te abro nada”, lanzaba el chofer mientras retomaba el recorrido.
Idéntica situación se extendió por el recorrido que incluyó micro y macrocentro. Y este mismo cuadro pudo repetirse en todas y cada una de las líneas de colectivo que se desplazan por la Ciudad.
La situación en los trenes no fue mejor y los pasajeros viajaron aún peor, como si todavía se pudiera descender más en los círculos del infierno de Dante.
El paro de subtes genera violencia. De un modo incomprensible se lleva a la sociedad urbana a un elevado nivel desgaste y descontrol. La violencia se abre paso y afloran los instintos más primitivos del hombre, dispuesto a sobrevivir a toda costa. Se involuciona y los logros alcanzados en el mundo moderno se disipan a alta velocidad. Como si la barbarie de una sociedad reconquistara calles y avenidas. Un pasado ancestral que se abre espacio en un presente desquebrajado, sin rumbo, y sin decisión política capaz de aliviar la vida cotidiana.