Más allá de discusiones sobre su figura, se cumplen 59 años de su muerte y gran parte de los argentinos la homenajean. A 40 años también de la restitución su cadáver
Por Roberto Aguirre Blanco
Como un clásico rito argentino, este martes muchos peronistas y otros que no lo son, conmemoran una fecha más --la 59-- de la muerte de Eva Perón, un punto de inflexión en la historia argentina al convertirse en ícono de la lucha social y de las mujeres dirigentes de las generaciones posteriores.
El 26 de julio de 1952, a las 21:40, el locutor de la Secretaría de Información Pública leyó el histórico comunicado que informaba el "paso a la inmortalidad, a las 20.25 de la jefa espiritual de la Nación".
Tenía solamente 33 años.
Evita había muerto antes: en las primeras horas de esa tarde ya su cuerpo no pudo luchar más contra el cáncer y el Gobierno decidió esperar hasta tener todo listo para dar una información oficial.
Su figura dejó atrás las polémicas y las antinomias que convirtieron a su cadáver durante 16 años en un trofeo de guerra, sin que su familia ni el resto de los argentinos supieran de su paradero.
Y es también, a la distancia, este tremendo hecho cargado de decadencia política una mirada con memoria para entender muchos hechos de violencia de los 70 y que a 40 años exactos de la restitución del cávader de Evita a Perón debe estudiarse.
En septiembre de 1971, el gobierno miliar del ex presidente Alejandro Lanusse restituyó el cuerpo de Evita a Perón y se lo entregó en su casa de Madrid, en un claro mensaje para apaciguar el clima de espiral violento que ya reinaba en el país. Fue también una gota de alcohol en el fuego.
El cuerpo desaprecido por los militares tras la revolución Libertadora de 1955 tuvo un periplo de película de teror que incluyó escondentes en departamentes de militares en buenos Aires, necrofilia y un posterior entierro en Italia, con otro nombre, y bajo el amparo de la Santa Sede.
La vida de Evita, cargada de marginalidad, de lucha por el ascenso social y sueños personales, se coronó cuando luego de casi una década de llegar a Buenos Aires conoció a Juan Domingo Perón.
Sus orígenes se remontan a Los Toldos, provincia de Buenos Aires, donde nació el 7 de mayo de 1919 en el seno de una familia muy humilde comandada por su madre, que la tuvo, como a sus otros hijos, fruto de un romance escondido con un estanciero casado.
Evita llegó en 1935 a Buenos Aires con los sueños de conquistar la radio y el cine como actriz, pero su reconocimiento finalmente fue fruto de su relación con Perón.
Luego del triunfo del peronismo en las elecciones de febrero de 1946, Eva se convirtió en la voz y la figura de todo un sector social que hasta ese punto de la historia estaba mudo, sin representación y olvidado a su suerte.
Desde su despacho, a través de su fundación, Evita apuntaló los grandes cambios sociales que Perón proponía desde el Gobierno nacional.
Eva no supo de grises y dejó en claro desde su pensamiento que en ese tiempo de la historia se estaba de una vereda o de la otra.
"Se es peronista o se es antiperonista", marcaba el territorio la mujer que tuvo la misma dosis de amor como de odio para el que se parara en cada uno de esos espacios definidos.
Eva se convirtió en una voz de mucho peso en el Gobierno y desde ese lugar de privilegio irritó a los hombres del Ejército -cuna de Perón-, que también apoyaba al jefe de Estado.
El momento culminante de ese choque fue la determinación del lugar de vicepresidente para las elecciones de 1952, que los dirigentes cegetistas, sus "descamisdos", y el deseo propio, alimentaban contra la presión del general y de algunos dirigentes oficialistas.
Ya había logrado el voto femenino y su figura se había paseado triunfante por los mejores escenarios políticos de Europa, pero una enfermedad que estaba latente la detuvo para siempre.