Cristina reveló cómo fue la muerte de Néstor Kirchner
"El murió conmigo acá, en la cama, no murió en el hospital", dijo. El médico no se había animado a decírselo. "Lo averigüé con el tiempo", explicó
24 de julio de 2011
La presidenta Cristina Fernández reveló detalles sobre la muerte de Néstor Kirchner, ocurrida el 27 de octubre de 2010. –El murió conmigo acá, en la cama –dice, sin que yo le haya preguntado nada al respecto, sin animarme a hacerlo–. El no murió en el hospital. Lo averigüé con el tiempo, atando cabos. Primero no entendí, por cómo se dieron las cosas, por los intentos que hicieron para reanimarlo. Pero después me puse a reconstruir todo, y lo llamé al médico para preguntarle. Y fue así, lo que pasaba era que el médico que estaba acá no se animaba a decírmelo. También fue porque nadie podía aceptar que estaba muerto. Yo no podía. Todo lo que hicimos esa mañana fue desesperado –dice, repiqueteando las uñas largas y nacaradas en el brazo de madera del sillón, después de haber apurado la palabra “muerte”. Pero con una levísima negación de cabeza, el repiqueteo de las uñas, se da coraje, y sigue, ya repuesta, contó para el libro "La Presidenta", que saldrá a la calle el primero de agosto.
–Me queda el consuelo de que haya sido acá. No hubiera soportado que muriera en Olivos. El odiaba Olivos. No veía la hora de volver acá. Amaba este lugar. Esto se lo di yo. Lo descubrí y se lo di. Lo hice yo y contra su voluntad. Fueron años de peleas. Me decía: “Dejate de gastar ahí” –se ríe–. Pero después le transmití el amor por este lugar, y no había nada que añorara más que estar acá y dormirse su siestita en el sillón antes de ver el partido.
Y después Cristina, cuando yo creía que, ya rearmada y con la angustia un poco disipada, se iría alejando del tema, se sumergió sola y directamente en la noche del 26 de octubre. Esa noche se pelearon y se rieron como siempre, como en sus mejores noches, y hasta se besaron delante de sus sobrinos, algo que, aunque no lo dice, ella asocia con lo premonitorio.
–Ese último fin de semana fue especialmente cálido, tranquilo. Nosotros no éramos de hacernos demostraciones de afecto en público, delante de la gente. Fijate que yo no me di cuenta. Patricio, el marido de mi sobrina Natalia, fue el que me lo dijo. “Vos lo besaste”, me dijo, y me acordé. Habíamos cenado con ellos dos, con Patricio y Natalia. Salió publicado que habíamos cenado con Lázaro Báez. Nunca en mi vida cené con Lázaro. Esa noche yo estaba escribiendo un tweet para el día siguiente, que era el del Censo. A Néstor le reventaba el Twitter. Me decía: “¿Otra vez con esa boludez?”. Y yo le contestaba: “Dejame de hinchar, si a mí me distrae. ¿Yo te digo algo de tus partidos de fútbol?”. Pero me ganó por cansancio y dejé el tweet para el día siguiente. Y ahí quedó. Esa noche vinieron mis sobrinos y habíamos mirado 6, 7, 8, estábamos allá, mirá –me dice y se para y camina unos pasos. Me acerco. Me señala en el otro extremo del living enorme un sillón de tres cuerpos, mullido, color habano–. Néstor estaba sentado en esa punta y yo en esta otra. Enfrente del sillón está el televisor. El hacía zapping. Y de pronto dejó un canal en el que estaba el gordo D’Elía. Le preguntaban quién le gustaba más como candidato, si Néstor o yo, y el gordo decía que no podía elegir, pero le insistían, y dijo: “Bueno, le voy a dar una respuesta de Néstor: él decía ‘en la facultad yo era un cuatro y Cristina era un diez’”. Nos reíamos los cuatro y Néstor dijo entre dientes: “Gordo traidor”. Me causó tanta gracia, tanta ternura... que me estiré hasta la punta donde estaba él, y le di un beso en la boca. Fue el último beso que le di. Después nos acostamos y pasó lo que pasó.