Con el único objetivo de entretener durante dos horas, "Una noche en el museo" muestra una trama muy simple, efectos eficaces y actores de probado don para el humor
El Museo de Historia Natural de Nueva York es un sitio asombroso. Ubicado frente al Central Park, el solemne edificio abre sus puertas todos los días para que los visitantes se asomen a la recreación de escenas del devenir de la naturaleza y las sociedades desde épocas prehistóricas hasta la actualidad. El hall de este museo, donde se erige un imponente esqueleto de Tiranosaurio Rex ya se había podido espiar en “Godzilla”, donde el monstruo salido del mar lo aplastaba con sólo pie.
En ese escenario será donde se desarrolle la inmensa mayoría de la trama de “Una noche en el museo”, una de las comedias fuertes de este verano (se estrena el 18 de enero), protagonizada por Ben Stiller y dirigida Shawn Levy, un especialista en cine ligero con antecedentes como “Más barato por docena”, “La pantera rosa” o “Recién casados” sobre sus espaldas.
La trama no es sorprendente y, sin embargo, logra ser entretenida. Larry, encarnado por Ben Stiller, es un hombre divorciado, con un hijo de 11 años, que necesita desesperadamente un empleo. Su único logro hasta el momento ha sido desarrollar una lámpara que se enciende con un chasquido de dedos, pero que se vio opacada por un invento similar y mucho más popular que funciona en base a aplausos.
Su desahuciada búsqueda de trabajo lo lleva a aceptar un puesto de sereno nocturno en el Museo de Historia Natural. Allí, será instruido sobre sus tareas por un grupo de veteranos guardias, interpretados por tres glorias de la comedia hollywoodense: Dick Van Dyke, Mickey Rooney y Bill Cobbs, que le dan un consejo alarmante: “no permitas que nada entre ni salga de este museo durante la noche”. “¿Qué nada salga?”, pregunta Larry, pero no hay tiempo ni ganas de explicar.
Así, lo que iba a ser una primera y tranquila noche de trabajo a cargo de un edificio desierto, se transforma en un pandemonium cuando cada una de las piezas de museo cobra vida y amenaza con convertir el empleo de Stiller en una pesadilla. El esqueleto del Tiranosaurio corretea por los pasillos, un mamut embiste contra las paredes, los hombres de neanderthal buscan crear el fuego y los hombrecillos que ocupan la vitrina dedicada al Imperio Romano, comandados por Steve Coogan, le declaran la guerra a sus pares del Viejo Oeste americano, liderados por Owen Wilson.
En ese contexto, y sin chances de renunciar a su empleo, Larry encontrará dos aliados inesperados. Por un lado, Rebecca (encarnada por Carla Gugino), una historiadora que trabaja como guía dentro del museo. Por otra parte, el mismísimo ex presidente de los Estados Unidos, Teddy Roosevelt, o bien su imagen fundida en cera, en la piel de Robin Williams.
El argumento se complicará apenas un poco más, pero toda la atención ya estará puesta por entonces en la lucha entre Ben Stiller y la infinidad de piezas de museo que descontrolan sus noches puertas adentro del museo. Con eso basta para mantener al espectador plácidamente repatingado en su butaca durante los 105 minutos que dura la función.
Es que hacer funcionar una liviana comedia de verano no requiere mucho más esfuerzo. Un elenco de valores forjados en las fraguas del humor (de antes y de ahora) y un trabajo impecable de efectos especiales que nos hacen olvidar la mayor parte del tiempo que el trabajo de la animación computada ha sido en “Una noche en el museo” tan o más intenso que el de la preparación actoral.
Que nadie cometa el error de pedirle visos de profundidad ni de transgresión a esta propuesta. Incluso, sus detractores podrían tildarla de simplona y algo sentimentalista. Su esencia es la liviandad y es ése el terreno donde se mueve con soltura. Los que estén interesados en algo más que dos horas de entretenimiento pasajero, abstenerse.